Mi colega J.J., ecléctico hombre-orquesta de Los Marivis, es uno de esos tipos que ha nacido con un don, se le nota en ese gesto de la boca mientras toca, en el humo que le achina los ojos, y esa media sonrisa, como si se riera de un chiste viejo, o hubiera reconocido las piernas de una antigua novia, entre las mesas.
Me cuenta que, cuando llega a casa, le sigue dando vueltas a la trompeta, y que, como no tiene sordina, utiliza un botellín de mahou, que introduce hasta la embocadura, lo que hace el sonido un poco más viejo, y más lejano. Le imagino en su pequeño cuarto de Toledo, solo, desengañado, largo... Puede que toque una melodía apergaminada, fláccida, con el volumen justo para no despertar a todos los perros de la ciudad...
Qué bella estampa, si el Greco hubiera pintado trompetistas...
Me cuenta que, cuando llega a casa, le sigue dando vueltas a la trompeta, y que, como no tiene sordina, utiliza un botellín de mahou, que introduce hasta la embocadura, lo que hace el sonido un poco más viejo, y más lejano. Le imagino en su pequeño cuarto de Toledo, solo, desengañado, largo... Puede que toque una melodía apergaminada, fláccida, con el volumen justo para no despertar a todos los perros de la ciudad...
Qué bella estampa, si el Greco hubiera pintado trompetistas...