Los ojos de mi amigo I. son ojos para el amor, cargados de raras intenciones, gustan de jugar a la mirada persistente en la oscuridad de las discotecas. El pasado viernes, me confiesa, se pasó media noche mirando a una morena, a la luz de una extraña hoguera, esperando una señal. El juego de las miradas terminó como acaban estas cosas; a las tantas de la madrugada, ella, quizá harta de tanto esperar o desconfiada ante tan raro ejemplar de macho pasivo, se levantó y se marchó de allí con cierta pesadumbre.
Al rato, mi amigo I. también se marchó a casa, a coserse el corazón como otras noches. Pero esta vez había sido tal la verdad de su mirada que, a la mañana siguiente, despertó con una hermosa y delatora conjuntivitis de ambos ojos.
Al rato, mi amigo I. también se marchó a casa, a coserse el corazón como otras noches. Pero esta vez había sido tal la verdad de su mirada que, a la mañana siguiente, despertó con una hermosa y delatora conjuntivitis de ambos ojos.