Recuerdo a mis canarios por la forma en que murieron. El canario que murió durante las obras en casa (se dijo que lo mató el polvo), el canario al que mataron las vitaminas que le trajo mi padre, el canario al que mató el alpiste especial que trajo mi padre... y, sobre todo, el canario que se volvía loco escuchando a Carlos Cano.
La historia es absolutamente cierta. Era aparecer Carlos Cano en la tele y el canario se desgañitaba a cantar, aportando sus mejores trinos, como si quisiera acompañar al cantante.
A veces, para hacer la prueba, poníamos una grabación y, efectivamente, con aquello de alacena de las monjas, se ponía como loco. Después probábamos con Julio Iglesias, Dyango, Pimpinela... Pero nada. Era un canario exquisito.
Eran tardes tranquilas, mis padres, mi hermana y yo dormíamos en el sofá, como un grupo de oseznos, con el runrún de la tele. Mi canario estaba vivo. Y el pobre Carlos Cano también.