Todos conocemos a gente que desempeñado tareas ridículas en su vida. Tanteo a las chicas de mi trabajo y me hablan de un hermano empaquetador de mantequilla, un novio que se pasó dos años cortando sellos milimétricamente, para coleccionistas. Recuerdo, por ejemplo, a mi amigo J., que se ha ganado la vida hace bien poco pelando anchoas, y, según su hermano, llegó a tener cierto renombre entre los peladores de anchoas de Madrid.
A veces, de la idea más tonta o el oficio más disparatado surgen las grandes fortunas. Mis amigos y yo hemos pasado horas así, veranos enteros en busca de la gran idea para hacernos ricos. No hace mucho, mi amigo D. estaba convencido de que el gran negocio de nuestras vidas era montar una pequeña empresa para tapar los baches de las carreteras. Alquilaríamos un camión, compraríamos alquitrán, e incluso fabricaríamos nuestros propios badenes. Era en aquellos tiempos en que las carreteras de todos los barrios de España se llenaron de badenes, cada vez más altos, como si se desafiaran unos a otros. Mi amigo tenía hasta el nombre para la empresa, BADEN-BADEN, pero nunca llegó a cuajar.
Una noche a J.J. y a mí se nos ocurrió una idea genial para un restaurante. O mejor aún, para una cadena de restaurantes. Si el mundo estaba lleno de amantes de la oreja de cerdo - pensamos aquella madrugada - ¿por qué se desaprovechaban las orejas del resto de animales? El restaurante se llamaría "El Orejas", y serviríamos desde oreja de conejo, hasta oreja de jirafa, o canguro, aliñadas todas ellas con exóticas salsas. ¿Qué mejor para las horas de picoteo que una sabrosa ración de orejitas de hamster? ¿Y para una celebración familiar? ¿Qué tal una fuente de oreja de elefante para doce comensales? Las posibilidades era infinitas, igual que los cubatas que nos tomamos.
La última idea genial se me ocurrió anoche. Es sencilla. Consiste en adquirir una nave en la localidad riojana de Haro y dedicarse a la fabricación de pendientes. La marca se lanzaría a nivel nacional: "Pendientes de Haro". Con la particularidad de que todos serían pendientes de brillantes. No sé si lo pillan.
A veces, de la idea más tonta o el oficio más disparatado surgen las grandes fortunas. Mis amigos y yo hemos pasado horas así, veranos enteros en busca de la gran idea para hacernos ricos. No hace mucho, mi amigo D. estaba convencido de que el gran negocio de nuestras vidas era montar una pequeña empresa para tapar los baches de las carreteras. Alquilaríamos un camión, compraríamos alquitrán, e incluso fabricaríamos nuestros propios badenes. Era en aquellos tiempos en que las carreteras de todos los barrios de España se llenaron de badenes, cada vez más altos, como si se desafiaran unos a otros. Mi amigo tenía hasta el nombre para la empresa, BADEN-BADEN, pero nunca llegó a cuajar.
Una noche a J.J. y a mí se nos ocurrió una idea genial para un restaurante. O mejor aún, para una cadena de restaurantes. Si el mundo estaba lleno de amantes de la oreja de cerdo - pensamos aquella madrugada - ¿por qué se desaprovechaban las orejas del resto de animales? El restaurante se llamaría "El Orejas", y serviríamos desde oreja de conejo, hasta oreja de jirafa, o canguro, aliñadas todas ellas con exóticas salsas. ¿Qué mejor para las horas de picoteo que una sabrosa ración de orejitas de hamster? ¿Y para una celebración familiar? ¿Qué tal una fuente de oreja de elefante para doce comensales? Las posibilidades era infinitas, igual que los cubatas que nos tomamos.
La última idea genial se me ocurrió anoche. Es sencilla. Consiste en adquirir una nave en la localidad riojana de Haro y dedicarse a la fabricación de pendientes. La marca se lanzaría a nivel nacional: "Pendientes de Haro". Con la particularidad de que todos serían pendientes de brillantes. No sé si lo pillan.