Varios millones de españoles, peligrosos criminales que cachetean impúdicamente a sus hijos, acaban de ser incorporados a la lista de "Ibéricos most wanted" en virtud de lo dicho por la ONG Save The Children y el Defensor del Menor de la CAM, que consideran que el cachete debe ser inmediatamente prohibido por el Código Civil.
"En España se pega de la misma manera que en Perú, Vietnam y Panamá", exclaman horrorizados, y presentan un estudio que demuestra lo bárbaros que somos. El 60% de los ciudadanos justifica esta práctica cavernícola, frente a ese otro 40% de padres civilizados que jamás han puesto la mano encima a sus hijos, padres educados y rubios, o al menos castaños, pero en nada parecidos a uno de esos peruanos - vietnamitas - panameños.
Estos padres, como salidos de la tribu de los Brady, explican a sus hijos que la violencia no es la vía para resolver sus conflictos, asisten a cursos de preparación y mantienen una dieta equilibrada. Eso sí, cuando echan una regañina ponen una cara muy seria, como de foto de pasaporte británico.
Los otros, los padres oscuros y malvados, campan a sus anchas por ahí, con la toba, el revés o el pescozón al borde de la mano. Son padres que a las primeras de cambio te sueltan una colleja redentora para que despiertes al mundo, no vaya a venir un macarra y te desvirgue la cara en el patio del colegio. Me duele más a mí que a ti - suelen decir estos padres y te dejan con el reconcome.
Estos padres, por ejemplo, si fueran Kofi Annan y tuvieran un hijo de nombre premonitorio que se afanara la mitad del presupuesto del Tercer Mundo, seguro que le cascaban un sopapo, así, sin miramientos, porque son malas personas y lo están deseando.
Los padres civilizados, en cambio, son un poco más como la ONU, llenos de buenas intenciones. Es cierto que al final no pintan nada - lo de la amenaza de la fuerza termina por sonar a cachondeo- pero hacen todo un despliegue de diplomacia.
Si tenemos en cuenta que lo primero que nos depara la vida es una hostia, ese cate a traición de comadrona, no estaría mal que el Defensor del Menor buscara soluciones más dialogantes y menos bárbaras para estos tiempos. Ateniéndonos a esta nueva filosofía, en el momento culminante del parto lo suyo sería sentarse con el bebé y hacerle razonar: "Por tu bien te lo digo, hijo mío, llora que si no lloras te puedes asfixiar".
De todas formas, por más bífidus que tomen estos padres comprensivos, para mí que siguen teniendo mala conciencia. Mala conciencia por tener un hijo que no te hace ni puto caso y al que ya no hay forma de soltar una chuleta si no quieres quedar como un cerdo.
Para eso mi padre se lo montaba mucho mejor, que me daba una toba por lo que hubiera hecho y otra por haberle obligado a pegarme. De esta forma, un soplamocos me lo daba él y el otro su conciencia, que se quedaba mucho más tranquila.