Somos gente normal. Me lo repito varias veces al día. Sobre todo cuando miro a mi alrededor y me fijo en los pequeños detalles. Un 11% de los madrileños, por ejemplo, confiesa haber cocinado desnudo. Uno los imagina en pelotas, a primera hora de la mañana y con la COPE a todo trapo. ¿Qué haces mi amor? Nada, me estoy preparando unos huevitos.
La práctica, además de una interesante parafilia, supone una demostración de auténtico arrojo madrileño. Basta una loncha de bacon saltarina para convertir las pelotas del cocinero nudista en un desayuno americano. O un poco de aceite hirviendo para que las chicas pasen a conocerle como mister Phantom of the Ópera. Que tiene su morbo, sí, pero no compensa.
De todas formas, lo de cocinar en pelotas suena un poco al cutrerío de los 80, a aquellas películas en que Pajares y Esteso entraban en una roulotte y se encontraban a Jenny Llada con un delantalito, preparando unos huevos fritos con chorizo.
Puestos a erotizar las tareas del hogar, lo de cocinar desnudos parece poca cosa. Tiene mucho más mérito, dónde va a parar, tender la ropa a lo vivo o sacar la basura en bolas. Un vecino mío, sin ir más lejos, lo practica desde hace años con gran éxito en el vecindario.
En el mismo estudio comprobamos que otros países nos llevan años de adelanto. Un 22% de los japoneses y los suecos utiliza la cocina para el asunto del sexo mientras en España nos quedamos en un pírrico 5 por ciento. Tal vez tenga que ver con la gastronomía. Porque, claro, no es lo mismo oler al exótico sushi que a fritanga de boquerones. La cocina japonesa tiene algo de distinguido, de sensual. Los suecos tienen a las suecas, y así cualquiera.
En la cocina ideal nos espera Jessica Lange en bolas, hay un pedazo de mesa y mogollón de harina para hacer el gamba. Es una cocina sin nacionalidad, llena de perolos metálicos que arrojar al suelo y un enorme ventanal de preciosas cortinas. Fuera, juegan los niños. Jessica y tú tenéis toda la tarde para dibujar angelotes en la harina.
La práctica, además de una interesante parafilia, supone una demostración de auténtico arrojo madrileño. Basta una loncha de bacon saltarina para convertir las pelotas del cocinero nudista en un desayuno americano. O un poco de aceite hirviendo para que las chicas pasen a conocerle como mister Phantom of the Ópera. Que tiene su morbo, sí, pero no compensa.
De todas formas, lo de cocinar en pelotas suena un poco al cutrerío de los 80, a aquellas películas en que Pajares y Esteso entraban en una roulotte y se encontraban a Jenny Llada con un delantalito, preparando unos huevos fritos con chorizo.
Puestos a erotizar las tareas del hogar, lo de cocinar desnudos parece poca cosa. Tiene mucho más mérito, dónde va a parar, tender la ropa a lo vivo o sacar la basura en bolas. Un vecino mío, sin ir más lejos, lo practica desde hace años con gran éxito en el vecindario.
En el mismo estudio comprobamos que otros países nos llevan años de adelanto. Un 22% de los japoneses y los suecos utiliza la cocina para el asunto del sexo mientras en España nos quedamos en un pírrico 5 por ciento. Tal vez tenga que ver con la gastronomía. Porque, claro, no es lo mismo oler al exótico sushi que a fritanga de boquerones. La cocina japonesa tiene algo de distinguido, de sensual. Los suecos tienen a las suecas, y así cualquiera.
En la cocina ideal nos espera Jessica Lange en bolas, hay un pedazo de mesa y mogollón de harina para hacer el gamba. Es una cocina sin nacionalidad, llena de perolos metálicos que arrojar al suelo y un enorme ventanal de preciosas cortinas. Fuera, juegan los niños. Jessica y tú tenéis toda la tarde para dibujar angelotes en la harina.
Imagen: Nude in Kitchen (Roy Lichtenstein)