El experimento de Seligman – se lo escucho a Punset – era muy sencillo. Consistía en introducir a cinco ratas en cinco pequeños recipientes de cristal donde recibían descargas aleatorias. Solo una de ellas disponía de una palanquita que al ser presionada conseguía evitar la descarga para ella misma y para las demás. La respuesta de la palanquita también era aleatoria, unas veces evitaba la descarga y otras no.
Al cabo de una semana las cuatro ratas, sometidas a un continuo sufrimiento sin sentido, habían muerto. Solo la rata que había tenido un cierto atisbo de control - la vana esperanza de llegar a ser dueña de su destino- sobrevivía.
Al cabo de una semana las cuatro ratas, sometidas a un continuo sufrimiento sin sentido, habían muerto. Solo la rata que había tenido un cierto atisbo de control - la vana esperanza de llegar a ser dueña de su destino- sobrevivía.