Banco de cerebros

17 diciembre 2005

Mil quinientos cerebros en tupperwares. Los conserva el hospital Fundación de Alcorcón, debidamente clasificados y etiquetados en fiambreras de plástico. El doctor Fernández se dirige a la cámara de Telemadrid, habla mientras corta un cerebro en lonchas muy finitas: “Lo de los botes de cristal es más estético – reconoce – pero de esta manera resulta mucho más práctico”.

El doctor Fernández tiene cara de zombi, pero sus manos se mueven con la destreza de Sergi Arola. En dos minutos ha fileteado perfectamente el cerebro, rebanadas apetecibles, como magret de pato. “Actualmente recibimos unos veinticinco al año – comenta – pero para que esto funcione nos harían falta unos cincuenta”.

El doctor Fernández tiene ojeras color gris-cerebro. Explica qué es lóbulo temporal, para qué sirve. A su espalda hay una pila de fiambreras llenas de cerebros, o pensadas un día para que albergaran cerebros. Ahora – el cámara no lo sabe – la mayoría contiene tortilla de patata, lentejas con chorizo y hasta un plato de callos madrileños. Hace años que el doctor Fernández empezó a dar el cambiazo. Se comía los filetes de cerebro y clasificaba en las estanterías las tarteras que le preparaba su mujer.

El doctor Fernández lleva devorando cerebros desde el año 86. La mayoría son sesos de ciudad, ajadas seseras con sabor a plomo. A veces, uno entre mil, el donante es un granjero, un agricultor, y entonces es posible apreciar el sabor de un buen cerebro de campo.

“No sé qué les echan – se queja secretamente en su diario – pero ya ni los tomates saben a tomate, ni los cerebros a cerebro”.


* Nota: Lo descirto hasta el tercer párrafo son hechos reales