Don Justo Pardo Villaseca regenta una frutería en la calle Belice desde hace 25 años. Su negocio, tal y como reza el cartel sobre el escaparate, se llama desde siempre “Comercio Justo”, nombre que ha despertado las protestas de algunas ONG’s locales, pues lo consideran inmoral y engañoso.
"No hay nada de engañoso en el cartel – alega el propietario – yo me llamo Justo y lo más justo es que la gente conozca quién se forra."
Don Justo Pardo, dueño de “Comercio Justo”, pone el ejemplo de su amigo Pedro, propietario de una panadería en la Calle Atocha. “La panadería se llama “Peter Pan” - nos explica - y desde luego no dedica sus ganancias a los niños perdidos”.
Don Justo Pardo pone precios desorbitados. Una lata de aceite, por ejemplo, cuesta siete veces más que en cualquier supermercado. Forma parte de una estrategia comercial bien estudiada, que consiste en vender productos de primera necesidad- esos que la gente compra de urgencia en el pequeño comercio – a precio de oro. “Estas cosas hay que pagarlas” – asegura – “Mire esas peras ¿Sabe la cantidad de inmigrantes ilegales que ha habido que pagar para recogerlas?”.
Don Justo confiesa que con el euro sí que hicieron “una buena escabechina". “Por redondear – dice – redondeamos hasta esta mesa de mármol, que le habían salido algunas mellas"
Después de veinticinco años don Justo conserva un único secreto, una política que no ha dejado de cumplir a rajatabla desde que empezó: "Aquí nunca damos cambio. Comercio Justo, dinero justo" - exclama. Y se ríe estruendosamente mientras se coloca de nuevo el lápiz en la oreja.
"No hay nada de engañoso en el cartel – alega el propietario – yo me llamo Justo y lo más justo es que la gente conozca quién se forra."
Don Justo Pardo, dueño de “Comercio Justo”, pone el ejemplo de su amigo Pedro, propietario de una panadería en la Calle Atocha. “La panadería se llama “Peter Pan” - nos explica - y desde luego no dedica sus ganancias a los niños perdidos”.
Don Justo Pardo pone precios desorbitados. Una lata de aceite, por ejemplo, cuesta siete veces más que en cualquier supermercado. Forma parte de una estrategia comercial bien estudiada, que consiste en vender productos de primera necesidad- esos que la gente compra de urgencia en el pequeño comercio – a precio de oro. “Estas cosas hay que pagarlas” – asegura – “Mire esas peras ¿Sabe la cantidad de inmigrantes ilegales que ha habido que pagar para recogerlas?”.
Don Justo confiesa que con el euro sí que hicieron “una buena escabechina". “Por redondear – dice – redondeamos hasta esta mesa de mármol, que le habían salido algunas mellas"
Después de veinticinco años don Justo conserva un único secreto, una política que no ha dejado de cumplir a rajatabla desde que empezó: "Aquí nunca damos cambio. Comercio Justo, dinero justo" - exclama. Y se ríe estruendosamente mientras se coloca de nuevo el lápiz en la oreja.