El cerebro es un lugar con puertas, ventanas y pasillos. También tiene un inmenso cuarto trastero. La señora O’C acude a la consulta del doctor Sacks porque tiene música dentro de sí, melodías irlandesas de su infancia que suenan dentro de ella de un modo tan real que se pregunta “¿Estará la radio dentro de mi cabeza?”. Después de varias exploraciones cerebrales, el doctor descubre la causa: la señora O’C ha sufrido una pequeña trombosis en el lóbulo temporal derecho del cerebro. Un coágulo de sangre ha provocado una “activación súbita de rastros de memoria musicales en el córtex”. Y una vez que remite el ataque, remiten igualmente las canciones.
Los pensamientos, la sensación de nuestro propio cuerpo, existen en algún lugar físico de nuestra materia gris. Una gotera en el trastero, o una lesión en la corteza del cerebro, y dejaremos de reconocer a nuestros semejantes, dejaremos de distinguir la forma de las cosas, o estaremos súbitamente dotados para tocar la batería.
Con “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, llega uno a la conclusión de que la neurología es una especie de robótica con personas, una robótica primitiva que algún día detallará todas y cada una de las conexiones neuronales que hacen que percibamos de tal o cual manera.
La Sra. S., por ejemplo, ha perdido la noción de la parte "izquierda" del mundo, sólo ve lo que está a la derecha en su campo visual; a la hora de comer solo se come la mitad derecha del plato, si se maquilla, solo lo hace con la mitad derecha de su cara. Otra paciente, Christina, se levanta una mañana, tras sufrir una pesadilla, y descubre que ha perdido el sentido de su propio cuerpo, de manera que ya no volverá a moverse coordinadamente si no está vigilando cada uno de sus miembros.
Miguel O. es un paciente afectado por el síndrome de Tourette, una pesadilla de tics y de creatividad desbordada. Cuando consiguen controlarle, decide que será un tipo normal de lunes a viernes y dejará de tomarse el medicamento los fines de semana. De esta manera podrá volver a ser, por unos instantes, el tipo imprevisible con el que ha aprendido a vivir.
William Thomson, un caso grave de síndrome de Korsakov, olvida lo que acaba de hacer o decir y apenas es capaz de reconocerse a sí mismo. Para no caer en el abismo de la nada, Thomson inventa historias sucesivas, finge su propia personalidad y se convierte en un ser fascinante, tan pronto es el carnicero Thomson, como el reverendo Thomson, en una sucesión de historias “inconscientes y vertiginosas”.
“Cada uno de nosotros es una narración singular, dice Sacks – una narración que se construye, continua, inconscientemente, por, a través de y en nosotros…” “El individuo necesita esa narración, una narración interior continua, para mantener su identidad, su yo”. Por eso Thomson se cuenta a sí mismo una mentira tras otra, porque es mejor cualquier cosa que el horrible vacío.
Lo que viene a decir Sacks es que somos lo que nos contamos a nosotros mismos, esa mentira que nos repetimos cada minuto para situarnos ante el universo. Me llamo Paco, soy electricista, vivo en Loeches. Esa letanía – tal vez ficticia – es lo único que nos separa de la locura, del precipicio terrible del olvido.
Una escalofriante reflexión que trataré de olvidar inmediatamente.
Los pensamientos, la sensación de nuestro propio cuerpo, existen en algún lugar físico de nuestra materia gris. Una gotera en el trastero, o una lesión en la corteza del cerebro, y dejaremos de reconocer a nuestros semejantes, dejaremos de distinguir la forma de las cosas, o estaremos súbitamente dotados para tocar la batería.
Con “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, llega uno a la conclusión de que la neurología es una especie de robótica con personas, una robótica primitiva que algún día detallará todas y cada una de las conexiones neuronales que hacen que percibamos de tal o cual manera.
La Sra. S., por ejemplo, ha perdido la noción de la parte "izquierda" del mundo, sólo ve lo que está a la derecha en su campo visual; a la hora de comer solo se come la mitad derecha del plato, si se maquilla, solo lo hace con la mitad derecha de su cara. Otra paciente, Christina, se levanta una mañana, tras sufrir una pesadilla, y descubre que ha perdido el sentido de su propio cuerpo, de manera que ya no volverá a moverse coordinadamente si no está vigilando cada uno de sus miembros.
Miguel O. es un paciente afectado por el síndrome de Tourette, una pesadilla de tics y de creatividad desbordada. Cuando consiguen controlarle, decide que será un tipo normal de lunes a viernes y dejará de tomarse el medicamento los fines de semana. De esta manera podrá volver a ser, por unos instantes, el tipo imprevisible con el que ha aprendido a vivir.
William Thomson, un caso grave de síndrome de Korsakov, olvida lo que acaba de hacer o decir y apenas es capaz de reconocerse a sí mismo. Para no caer en el abismo de la nada, Thomson inventa historias sucesivas, finge su propia personalidad y se convierte en un ser fascinante, tan pronto es el carnicero Thomson, como el reverendo Thomson, en una sucesión de historias “inconscientes y vertiginosas”.
“Cada uno de nosotros es una narración singular, dice Sacks – una narración que se construye, continua, inconscientemente, por, a través de y en nosotros…” “El individuo necesita esa narración, una narración interior continua, para mantener su identidad, su yo”. Por eso Thomson se cuenta a sí mismo una mentira tras otra, porque es mejor cualquier cosa que el horrible vacío.
Lo que viene a decir Sacks es que somos lo que nos contamos a nosotros mismos, esa mentira que nos repetimos cada minuto para situarnos ante el universo. Me llamo Paco, soy electricista, vivo en Loeches. Esa letanía – tal vez ficticia – es lo único que nos separa de la locura, del precipicio terrible del olvido.
Una escalofriante reflexión que trataré de olvidar inmediatamente.