¿Sinatra o el Pescailla?

29 marzo 2006

La Chica de Ipanema


Frank Sinatra: Tall and tan and young and lovely, the girl from Ipanema… (Versión en inglés)


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Antonio González "El Pescailla": Güet un degüeder mai-a, tugüerer lolai… (Versión en pescadillés)


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¿Con cuál te quedas?

Adiós, Lem

27 marzo 2006

Se ha muerto LEM, el organismo vivo de nombre Stanislaw. Solo los que le hemos leído y disfrutado sentimos ahora este auténtico vacío perfecto. Andará por las estrellas, quien sabe si el mismísimo Ijon Tichy no estará trasteando en los motores de su nave. El que no lo conozca y quiera hacerse un favor, puede imprimirse esto y leerlo. Me lo agradecerá.

Buen viaje, maestro.

“Nos estamos acercando a la velocidad de la luz. Multitud de fenómenos desconocidos. Apareció un nuevo tipo de partículas elementales: los chicharrones. No muy grandes, un poco quemados. A mi cabeza le pasa algo raro".

Stanislaw Lem, Diarios de las estrellas

Transgordo

Transgordo, dibujos malabares

Interferencias urbanas

26 marzo 2006

Un grupo de intrépidos desconocidos lleva semanas desconcertando a los viajeros de la línea 1 de metro de Madrid, que tan pronto se encuentran caminando por la estación de Bilbado, como por la de Líos Rosas o Cuatro Cominos. Se trata de un perfecto ejemplo de street art, una interferencia urbana capaz de convertir la realidad cotidiana en una impactante forma de expresión.

Lo que impacta de este arte callejero, desenfadado y cabrón, es la posibilidad de toparse de narices con una ráfaga de iluminación, una inesperada bofetada de lucidez para la que nadie nos había advertido con anterioridad. El bofetón puede acechar junto a una farola, en la fachada del ayuntamiento o la parada del autobús. Debemos estar preparados para toparnos con una placa que no conmemora absolutamente nada o con un gran cartel que nos advierte del peligro de sus propios y afilados bordes.

Este catálogo de deslumbramientos a traición, lo preparan sigilosamente algunos locos de la sorpresa urbana, gentes como los Reyes del Mambo, dispuestos a cambiar la V de la empresa VISA hasta convertirla en RISA, o a llenar una señal de peligro de bolas de billar.

A la vista del panorama, se diría que ha nacido una especie de señalética del absurdo, obra de una cuadrilla de neuróticos dispuestos a poner patas arriba la ciudad. Esta forma de expresión, sin embargo, se aleja del mero gamberrismo o del gusto por el chiste; detrás de cada acción hay más bien un deseo de conmoción en la conciencia de la ciudad, como si necesitáramos ver con claridad que todo puede ser distinto de como es.

Como toda forma de arte, el street art sirve para materializar ideas y expresiones de toda condición. Hace un par de semanas, con motivo del Día de la Mujer Trabajadora, los muñequitos de los semáforos de Lugo sufrían una espontánea y sorprendente feminización, de pronto aparecían con faldas y en pareja, en una primera metamorfosis de la ciudad.

Lo más frecuente es su utilización con finalidad política, como en el caso de los graffitis que sembraron las calles durante la guerra de Irak o los inesperados carteles electorales del PP que brotaron en algunas cabinas de Madrid. Otras veces el street art juega con la pura subversión, como bocinazo de advertencia en esa selva de signos que es la ciudad.


El fenómeno es tan desbordante que algunos creativos han decidido aprovechar la maraña de mensajes para colar su publicidad. En Brasil, por ejemplo, los responsables de la cadena AXN se han lanzado a la promoción de la serie Perdidos, y no han encontrado mejor manera que empapelar de personajes “desaparecidos” toda una ciudad.


Ver también: Plantillazos

Los Salvajes

25 marzo 2006


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Here comes your nine-teenth nervous breakdown! (The Rolling Stones)
Ten cuidado con la neurastenia! (Los Salvajes)

Creep


I’m a creep
I 'm a weirdo
What the hell am I doing here?
I don't belong here


Via:
la Wonder


Más campañas 'salvajes'

22 marzo 2006

"PONER UNA LAVADORA MEDIO VACÍA DESTRUYE EL PLANETA".
(Campaña ecologista de www.defipourlaterre.org)

Te cagas.

Proyecto Cartele

Un paseo surrealista por el mundo (Proyecto Cartele)

Envasados

20 marzo 2006


Por muy bien empaquetados que estén, yo diría que el cerebro de estos vegetarianos ya está en mal estado.

Burger house

18 marzo 2006

Límites de la ficción

El columnista de la revista Time, Joe Klein, acaba de denunciar públicamente lo que cualquier espectador avezado descubre a las primeras de cambio en la serie 24; que es una sutil legitimación de la tortura y la guerra sucia contra el terrorismo. Basta contemplar durante unos minutos las evoluciones del agente Bauer (Kiefer Sutherland) para comprobar – en palabras de Klein – que “se dedica de forma rutinaria y con demasiado entusiasmo a torturar”. Tan cierto como que los agentes de la UAT (Unidad Antiterrorista) tan pronto encierran al detenido, como le golpean o le amenazan con hacerle tragar una toalla enrollada hasta que sus jugos gástricos la empiecen a digerir.

Dice Klein que esta característica es lo que le diferencia a Bauer “de otros héroes anteriores a los ataques del 11-S”. De hecho hay quien ve en esta serie una especie de catarsis colectiva tras los terribles atentados, como si la sociedad americana necesitara convencerse de que hay alguien que salva al mundo de la amenaza terrorista cada cinco minutos de reloj.

El mensaje de la serie (‘Somos los buenos y nos saltamos las normas por tu bien’) es algo absolutamente interiorizado en el imaginario estadounidense; ahí está la realidad de Guantánamo, sin ir más lejos, o la reciente solicitud del Gobierno Bush al Congreso para que los servicios secretos puedan torturar sin complicaciones fuera del territorio norteamericano. “Lo que no vemos, no sucede” – debería rezar en el frontispicio del Capitolio. 'Torture usted, pero no me lo cuente'

Para el actor Kiefer Sutherland, estas acusaciones son gratuitas. Cree que hay que separar el mundo real de una simple ficción televisiva: “Yo no tengo ningún problema separándolos – dice - y no creo que nadie lo tenga”. Realidad y ficción. “Mencionar las torturas de la serie en la misma frase que Abu Ghraib – continúa Sutherland – es algo totalmente irresponsable”. Y eso que el propio Sutherland se vio obligado a aparecer en un anuncio de televisión, tras la cuarta temporada, para aclarar que no todos los árabes son terroristas, pese a lo que, viendo la serie, hubiera podido parecer.

Pero si “24” es, como dice Klein, “la clásica fantasía conservadora”, el análisis de otras series de sesgo más demócrata o liberal tampoco consigue tranquilizar. Ahí está, por ejemplo, la celebrada “El ala oeste de la Casa Blanca”, una especie de delirio utópico donde el presidente Bartlet (Martin Sheen), y su equipo de asesores, resuelven los problemas de la Humanidad. Más allá de la calidad de los diálogos o las interpretaciones – hasta el propio Rob Lowe hace un papel decente (¡!)- , la serie alcanza tal nivel de inverosimilitud que llega a desesperar. Ni un ápice de corrupción, malicia o mala baba en la administración; el mundo es maravilloso y nuestros gobernantes son seres bondadosos, llenos de ideas brillantes y buena intención.

El caso de CSI (en especial en la versión de Horatio chuloputas Caine) nos presenta también una curiosa visión del crimen. Al final de cada episodio, el asesino confiesa sus fechorías ante el agente, explica fríamente por qué ha estrangulado a menganito o degollado a fulanito, a menudo porque le molestaba o porque se lo merecía sin más. El malo es aquí un ser de límites perfectamente delimitados, es malo malísimo de nacimiento, tan perverso que no le queda otra salida que confesar, casi con orgullo, que es un animal. Ni rastro del miedo, la desesperación o la miseria que suele haber detrás de cada acto criminal, pues en la mente del guionista hay dos tipos de personas: los buenos vecinos y los que se dedican a matar.

Hace unos días, discutiendo en el trabajo sobre la serie House (una de mis favoritas), llegábamos de nuevo a esa barrera entre la realidad y la ficción: ¿aceptaríamos de buen grado a un médico que nos tratara a patadas como hace House con sus pacientes? Probablemente no. Pero en la pantalla nos parece un tipo fenomenal. Hasta extremos tan enfermizos como el de mi amiga P., que le suelta a su novio nada más llegar: “trátame mal, Paco, trátame como House”. Y ahora es el muchacho el que no distingue entre ficción y realidad.

Freud y los chow chows

12 marzo 2006


"Según se cuenta, era tal la perspicacia de Jofie que sabía siempre con exactitud cuándo Freud se disponía a dar por acabada una sesión, y un momento antes se levantaba como para acompañar al paciente a la puerta. Además siempre echaba una mano a su amo con la terapia. Si por ejemplo, después de olisquear a un paciente, se apartaba de él y se escondía gruñendo debajo del escritorio de su amo, Freud daba por hecha la primera parte del diagnóstico. "La gente que le cae mal a Jofie no es trigo limpio", decía siempre el profesor". (La Vanguardia)

Gracias Tiri!

Ortografía y realidad

Con la ortografía sucede lo mismo que con las rotondas; nadie sabe cuándo poner los intermitentes ni dónde los acentos. El mundo es una carrera de locos donde nadie respeta las señales, las comas ni los semáforos. Pancartas, pintadas, manifiestos, carteles; no hay uves ni bés, ni acentos ni cordura.

Acabaremos todos como Lord Timothy Dexter, un excéntrico millonario de Massachussets que escribió una novela sin un solo signo de puntuación. Al final del libro dejó una página y media llena de puntos, comas y acentos, invitando al lector a distribuirlos como juzgara conveniente.

La rana presidente

09 marzo 2006

Cuando besó a aquella rana, la princesa de Bormoi notó que se transformaba en un caballero canoso, de ralo bigote y vestido de chaqué.

- Mi nombre es Arturo Solórzano Gutiérrez – le dijo – y soy el presidente de la República.

Joder qué palo, dijo la princesa, pero apenas tuvo tiempo de decir nada más. El hombre le explicó que hacía muchos años, cuando ella no había ni siquiera nacido, una horrible bruja le había convertido en rana, pronosticando que ni él recuperaría su forma, ni la República volvería a Bormoi, hasta que no le besara una liberada de UGT.

“Verás cuando se entere mi padre” – pensó la princesa, pero accedió a llevarle ante el Rey con la condición de que no revelara que se había afiliado a la UGT.

- Pero bueno, criatura – le recriminó su padre cuando los tuvo ante sí – ¿Es que tú no te puedes morrear con los pajes de tu edad?

Don Arturo Solórzano Gutiérrez se creyó obligado a intervenir:

- Perdone, ciudadano, – le dijo – pero como rana yo no estaba nada mal.

- Aquí debe de haber un error – dijo el Rey, cada vez más harto de aquel batracio que reclamaba la presidencia de Bormoi – Ni presidente ni leches; confórmese con un sueldo de hombre-rana en la Guardia Real. Mañana mismo amañamos la oposición.

- De eso nada, monada – le dijo el presidente – Hablando se entiende la gente.

Y ahí le desarmó.

Después de cinco horas de sesudas deliberaciones, el Rey llegó a una conclusión.

- Muy bien – le dijo – Lo haremos a mi modo. Yo me ocuparé de la Corona durante el día y usted de la Presidencia durante la noche. Como en aquella película de Lady Halcón.

- Estupendo.

Y cuentan las crónicas que así fue como retornó la República a Bormoi; con una pizca de alevosía y un montón de nocturnidad.


Antonio Martínez Ron (Algunos cuentos casi infantiles) © 2006

El Prínsipe

08 marzo 2006

Érase una ves un prínsipe que vivía en un sensillo y agradable palasio en el reino de Sansíbar. El prínsipe, que se llamaba José Luis, tenía un problema con las articulasiones interdentales y las sés, al pobre, le salían como eses, con la consiguiente chansa y alboroso de la servidumbre.

El prínsipe José Luis solo tenía un amigo sinsero, el joven Sacarías, hijo de uno de los sirvientes de su padre. Ambos tenían la misma edad, y desde su más tierna infansia habían compartido juego y caserías.

Muchas tardes, al terminar la dura jornada palasiega, el prínsipe llamaba a Sacarías y ambos jugaban a la brisca o al sinquillo, comían un poco de sesina o se sampaban unas sanahorias.

Pero con los años, al no tener obligasiones, el prínsipe se había convertido en un insoportable tirano. Eran conosidos sus caprichos y sus insospechados deseos entre los sirvientes. A veses pedía cosas asombrosas, un día hiso traer una dosena de rinoserontes solo para darse el plaser de abatirles asaeteando sus posaderas.

- Tengo tanto hambre que me comería un siervo – dijo cuando hubo terminado la matansa.

Y ese día, al sentarse a la mesa, encontró la cabesa de Sacarías en un sestillo.

Antonio Martínez Ron (Algunos cuentos casi infantiles) © 2006

Nessie

07 marzo 2006

Vida de monstruo

05 marzo 2006

Aloisius Grön fue desde su más tierna infancia un monstruo atormentado. Cada noche leía las hazañas de la Hidra de Siete Cabezas o la Furia de Setenta Brazos y se moría de envidia. ¿Qué especie de criatura soy yo? - se preguntaba - ¿Qué clase de miedo puedo inspirar? Se podían hacer muchas cosas con siete cabezas, setenta brazos y hasta con cuarenta ojos. Pero, ¿qué utilidad podían tener lo suyo? Atormentado por las dudas, Aloisius preparó el petate y partió una mañana en busca de explicaciones.

La Hidra vivía en el mar del Japón, cuando llegó a su guarida asomó una de sus múltiples cabezas y preguntó qué quería.

- Soy el Monstruo de las Siete Vesículas – le dijo – Vengo a hacerte una visita.

La Hidra pasó horas hablando por los codos. Hasta que, en en un arrebato de sinceridad, le hizo una terrible confesión:

- Sufrimos de migrañas - le dijo - Cuando no nos duele una cabeza nos duele la otra. Esto es insufrible.

Aloisius siguió viajando durante meses, visitó a la Mujer se Cincuenta Pies, a Cancerbero, el perro de tres cabezas que guarda las puertas del Infierno. Todos le contaron historias parecidas. La Furia le explicó que sus Setenta Brazos escondían sus correspondientes Setenta Sobacos, de manera que no ganaba para desodorantes. El Zopilote de Doce Ojos le confesó que tenía vista cansada y que ya no podía ni leer una revista.

No contento con aquellas explicaciones, Aloisius pidió cita con el Creador – el supremo y divino hacedor de todos los monstruos – que le recibió un martes a primera hora.

- ¿Y usted qué quería? – preguntó la secretaria.

- Soy el Monstruo de las Siete Vesículas. Vengo a pedir explicaciones.

Una vez dentro, el Creador estuvo mirándole durante una o dos horas. Finalmente se dirigió a él:

- Este es mi veredicto, criatura – le dijo – “Tú estás en el mundo porque tiene que haber de todo”.

Y de ahí viene el dicho.

Antonio Martínez (Algunos cuentos casi infantiles) © 2006

Anatomía del asco

04 marzo 2006

«En la Tierra del Fuego, – explica Charles Darwin – un nativo tocó con su dedo un poco de carne fría en conserva que yo estaba comiendo en nuestro campamento y mostró con claridad el enorme asco que le producía su textura blanda. Por mi parte, también sentí un tremendo asco ante el hecho de que un salvaje desnudo tocara mi comida, aunque sus manos no parecieran estar sucias».

Es una primera aproximación al sentimiento universal de asco. Darwin se adelantó al describirlo como una adaptación evolutiva, un reflejo que nos protege de la amenaza de contagio. Un asco humano que sirvió, según los investigadores, para salvar al hombre primitivo de morir envenenado a las primeras de cambio.

Ese instinto primitivo está marcado a fuego en las profundidades de la mente. El psicólogo Paul Rozin lo demuestra con un sencillo experimento: ¿Te resultaría desagradable tragar la saliva que tienes en la boca en este momento? – pregunta Rozin. Este acto no parece despertar repulsión en nadie. ¿Y si te piden que escupas esa misma saliva en un vaso y te la bebas? Asqueroso. La explicación es sencilla: Lo que está fuera de nuestros cuerpos ha dejado de formar parte de nosotros, es percibido por nuestra mente como algo ajeno y sospechoso, se convierte en rechazable.

Un estudio a nivel mundial demostró hace unos años la existencia de una asquerosidad universal: excreciones corporales, heridas, enfermedades, comida estropeada y un considerable número de criaturas, como insectos, ratas y gusanos. No hace falta ser un lince para comprender que son las principales vías de transmisión de enfermedades infecciosas.

"Nuestros cuerpos y nuestras almas son los principales generadores de lo asqueroso - dice William Ian Miller en “Anatomía del asco” – Lo que nos recuerdan los animales, aquellos que nos dan asco —insectos, babosas, gusanos, ratas, murciélagos, tritones, ciempiés— es la vida: una vida exudante, babosa, viscosa, hormigueante, desastrosa y anormal. No tenemos que recurrir a los animales para recordar esto; nos basta con un espejo".

Otros estudios demuestran que el asco varía según el país o la clase social y sobre todo evoluciona con la edad. Antes de los tres años uno es capaz de comerse una rana cruda, o moldear una bonita escultura con sus propias heces. Hasta el día en que, de repente, nos asalta un asco vital, insoportable, el asco de los adultos. “Dime lo que te da asco y te diré quién eres” - dice Amelie Nothomb. Y es posible que, como dice ella, sean nuestras repulsiones lo que realmente nos define.