«En la Tierra del Fuego, – explica Charles Darwin – un nativo tocó con su dedo un poco de carne fría en conserva que yo estaba comiendo en nuestro campamento y mostró con claridad el enorme asco que le producía su textura blanda. Por mi parte, también sentí un tremendo asco ante el hecho de que un salvaje desnudo tocara mi comida, aunque sus manos no parecieran estar sucias».
Es una primera aproximación al sentimiento universal de asco. Darwin se adelantó al describirlo como una adaptación evolutiva, un reflejo que nos protege de la amenaza de contagio. Un asco humano que sirvió, según los investigadores, para salvar al hombre primitivo de morir envenenado a las primeras de cambio.
Ese instinto primitivo está marcado a fuego en las profundidades de la mente. El psicólogo Paul Rozin lo demuestra con un sencillo experimento: ¿Te resultaría desagradable tragar la saliva que tienes en la boca en este momento? – pregunta Rozin. Este acto no parece despertar repulsión en nadie. ¿Y si te piden que escupas esa misma saliva en un vaso y te la bebas? Asqueroso. La explicación es sencilla: Lo que está fuera de nuestros cuerpos ha dejado de formar parte de nosotros, es percibido por nuestra mente como algo ajeno y sospechoso, se convierte en rechazable.
Un estudio a nivel mundial demostró hace unos años la existencia de una asquerosidad universal: excreciones corporales, heridas, enfermedades, comida estropeada y un considerable número de criaturas, como insectos, ratas y gusanos. No hace falta ser un lince para comprender que son las principales vías de transmisión de enfermedades infecciosas.
"Nuestros cuerpos y nuestras almas son los principales generadores de lo asqueroso - dice William Ian Miller en “Anatomía del asco” – Lo que nos recuerdan los animales, aquellos que nos dan asco —insectos, babosas, gusanos, ratas, murciélagos, tritones, ciempiés— es la vida: una vida exudante, babosa, viscosa, hormigueante, desastrosa y anormal. No tenemos que recurrir a los animales para recordar esto; nos basta con un espejo".
Otros estudios demuestran que el asco varía según el país o la clase social y sobre todo evoluciona con la edad. Antes de los tres años uno es capaz de comerse una rana cruda, o moldear una bonita escultura con sus propias heces. Hasta el día en que, de repente, nos asalta un asco vital, insoportable, el asco de los adultos. “Dime lo que te da asco y te diré quién eres” - dice Amelie Nothomb. Y es posible que, como dice ella, sean nuestras repulsiones lo que realmente nos define.
Es una primera aproximación al sentimiento universal de asco. Darwin se adelantó al describirlo como una adaptación evolutiva, un reflejo que nos protege de la amenaza de contagio. Un asco humano que sirvió, según los investigadores, para salvar al hombre primitivo de morir envenenado a las primeras de cambio.
Ese instinto primitivo está marcado a fuego en las profundidades de la mente. El psicólogo Paul Rozin lo demuestra con un sencillo experimento: ¿Te resultaría desagradable tragar la saliva que tienes en la boca en este momento? – pregunta Rozin. Este acto no parece despertar repulsión en nadie. ¿Y si te piden que escupas esa misma saliva en un vaso y te la bebas? Asqueroso. La explicación es sencilla: Lo que está fuera de nuestros cuerpos ha dejado de formar parte de nosotros, es percibido por nuestra mente como algo ajeno y sospechoso, se convierte en rechazable.
Un estudio a nivel mundial demostró hace unos años la existencia de una asquerosidad universal: excreciones corporales, heridas, enfermedades, comida estropeada y un considerable número de criaturas, como insectos, ratas y gusanos. No hace falta ser un lince para comprender que son las principales vías de transmisión de enfermedades infecciosas.
"Nuestros cuerpos y nuestras almas son los principales generadores de lo asqueroso - dice William Ian Miller en “Anatomía del asco” – Lo que nos recuerdan los animales, aquellos que nos dan asco —insectos, babosas, gusanos, ratas, murciélagos, tritones, ciempiés— es la vida: una vida exudante, babosa, viscosa, hormigueante, desastrosa y anormal. No tenemos que recurrir a los animales para recordar esto; nos basta con un espejo".
Otros estudios demuestran que el asco varía según el país o la clase social y sobre todo evoluciona con la edad. Antes de los tres años uno es capaz de comerse una rana cruda, o moldear una bonita escultura con sus propias heces. Hasta el día en que, de repente, nos asalta un asco vital, insoportable, el asco de los adultos. “Dime lo que te da asco y te diré quién eres” - dice Amelie Nothomb. Y es posible que, como dice ella, sean nuestras repulsiones lo que realmente nos define.