Érase una ves un prínsipe que vivía en un sensillo y agradable palasio en el reino de Sansíbar. El prínsipe, que se llamaba José Luis, tenía un problema con las articulasiones interdentales y las sés, al pobre, le salían como eses, con la consiguiente chansa y alboroso de la servidumbre.
El prínsipe José Luis solo tenía un amigo sinsero, el joven Sacarías, hijo de uno de los sirvientes de su padre. Ambos tenían la misma edad, y desde su más tierna infansia habían compartido juego y caserías.
Muchas tardes, al terminar la dura jornada palasiega, el prínsipe llamaba a Sacarías y ambos jugaban a la brisca o al sinquillo, comían un poco de sesina o se sampaban unas sanahorias.
Pero con los años, al no tener obligasiones, el prínsipe se había convertido en un insoportable tirano. Eran conosidos sus caprichos y sus insospechados deseos entre los sirvientes. A veses pedía cosas asombrosas, un día hiso traer una dosena de rinoserontes solo para darse el plaser de abatirles asaeteando sus posaderas.
- Tengo tanto hambre que me comería un siervo – dijo cuando hubo terminado la matansa.
Y ese día, al sentarse a la mesa, encontró la cabesa de Sacarías en un sestillo.
El prínsipe José Luis solo tenía un amigo sinsero, el joven Sacarías, hijo de uno de los sirvientes de su padre. Ambos tenían la misma edad, y desde su más tierna infansia habían compartido juego y caserías.
Muchas tardes, al terminar la dura jornada palasiega, el prínsipe llamaba a Sacarías y ambos jugaban a la brisca o al sinquillo, comían un poco de sesina o se sampaban unas sanahorias.
Pero con los años, al no tener obligasiones, el prínsipe se había convertido en un insoportable tirano. Eran conosidos sus caprichos y sus insospechados deseos entre los sirvientes. A veses pedía cosas asombrosas, un día hiso traer una dosena de rinoserontes solo para darse el plaser de abatirles asaeteando sus posaderas.
- Tengo tanto hambre que me comería un siervo – dijo cuando hubo terminado la matansa.
Y ese día, al sentarse a la mesa, encontró la cabesa de Sacarías en un sestillo.
Antonio Martínez Ron (Algunos cuentos casi infantiles) © 2006