Cuando besó a aquella rana, la princesa de Bormoi notó que se transformaba en un caballero canoso, de ralo bigote y vestido de chaqué.
- Mi nombre es Arturo Solórzano Gutiérrez – le dijo – y soy el presidente de la República.
Joder qué palo, dijo la princesa, pero apenas tuvo tiempo de decir nada más. El hombre le explicó que hacía muchos años, cuando ella no había ni siquiera nacido, una horrible bruja le había convertido en rana, pronosticando que ni él recuperaría su forma, ni la República volvería a Bormoi, hasta que no le besara una liberada de UGT.
“Verás cuando se entere mi padre” – pensó la princesa, pero accedió a llevarle ante el Rey con la condición de que no revelara que se había afiliado a la UGT.
- Pero bueno, criatura – le recriminó su padre cuando los tuvo ante sí – ¿Es que tú no te puedes morrear con los pajes de tu edad?
Don Arturo Solórzano Gutiérrez se creyó obligado a intervenir:
- Perdone, ciudadano, – le dijo – pero como rana yo no estaba nada mal.
- Aquí debe de haber un error – dijo el Rey, cada vez más harto de aquel batracio que reclamaba la presidencia de Bormoi – Ni presidente ni leches; confórmese con un sueldo de hombre-rana en la Guardia Real. Mañana mismo amañamos la oposición.
- De eso nada, monada – le dijo el presidente – Hablando se entiende la gente.
Y ahí le desarmó.
Después de cinco horas de sesudas deliberaciones, el Rey llegó a una conclusión.
- Muy bien – le dijo – Lo haremos a mi modo. Yo me ocuparé de la Corona durante el día y usted de la Presidencia durante la noche. Como en aquella película de Lady Halcón.
- Estupendo.
Y cuentan las crónicas que así fue como retornó la República a Bormoi; con una pizca de alevosía y un montón de nocturnidad.
- Mi nombre es Arturo Solórzano Gutiérrez – le dijo – y soy el presidente de la República.
Joder qué palo, dijo la princesa, pero apenas tuvo tiempo de decir nada más. El hombre le explicó que hacía muchos años, cuando ella no había ni siquiera nacido, una horrible bruja le había convertido en rana, pronosticando que ni él recuperaría su forma, ni la República volvería a Bormoi, hasta que no le besara una liberada de UGT.
“Verás cuando se entere mi padre” – pensó la princesa, pero accedió a llevarle ante el Rey con la condición de que no revelara que se había afiliado a la UGT.
- Pero bueno, criatura – le recriminó su padre cuando los tuvo ante sí – ¿Es que tú no te puedes morrear con los pajes de tu edad?
Don Arturo Solórzano Gutiérrez se creyó obligado a intervenir:
- Perdone, ciudadano, – le dijo – pero como rana yo no estaba nada mal.
- Aquí debe de haber un error – dijo el Rey, cada vez más harto de aquel batracio que reclamaba la presidencia de Bormoi – Ni presidente ni leches; confórmese con un sueldo de hombre-rana en la Guardia Real. Mañana mismo amañamos la oposición.
- De eso nada, monada – le dijo el presidente – Hablando se entiende la gente.
Y ahí le desarmó.
Después de cinco horas de sesudas deliberaciones, el Rey llegó a una conclusión.
- Muy bien – le dijo – Lo haremos a mi modo. Yo me ocuparé de la Corona durante el día y usted de la Presidencia durante la noche. Como en aquella película de Lady Halcón.
- Estupendo.
Y cuentan las crónicas que así fue como retornó la República a Bormoi; con una pizca de alevosía y un montón de nocturnidad.
Antonio Martínez Ron (Algunos cuentos casi infantiles) © 2006