Aloisius Grön fue desde su más tierna infancia un monstruo atormentado. Cada noche leía las hazañas de la Hidra de Siete Cabezas o la Furia de Setenta Brazos y se moría de envidia. ¿Qué especie de criatura soy yo? - se preguntaba - ¿Qué clase de miedo puedo inspirar? Se podían hacer muchas cosas con siete cabezas, setenta brazos y hasta con cuarenta ojos. Pero, ¿qué utilidad podían tener lo suyo? Atormentado por las dudas, Aloisius preparó el petate y partió una mañana en busca de explicaciones.
La Hidra vivía en el mar del Japón, cuando llegó a su guarida asomó una de sus múltiples cabezas y preguntó qué quería.
- Soy el Monstruo de las Siete Vesículas – le dijo – Vengo a hacerte una visita.
La Hidra pasó horas hablando por los codos. Hasta que, en en un arrebato de sinceridad, le hizo una terrible confesión:
- Sufrimos de migrañas - le dijo - Cuando no nos duele una cabeza nos duele la otra. Esto es insufrible.
Aloisius siguió viajando durante meses, visitó a la Mujer se Cincuenta Pies, a Cancerbero, el perro de tres cabezas que guarda las puertas del Infierno. Todos le contaron historias parecidas. La Furia le explicó que sus Setenta Brazos escondían sus correspondientes Setenta Sobacos, de manera que no ganaba para desodorantes. El Zopilote de Doce Ojos le confesó que tenía vista cansada y que ya no podía ni leer una revista.
No contento con aquellas explicaciones, Aloisius pidió cita con el Creador – el supremo y divino hacedor de todos los monstruos – que le recibió un martes a primera hora.
- ¿Y usted qué quería? – preguntó la secretaria.
- Soy el Monstruo de las Siete Vesículas. Vengo a pedir explicaciones.
Una vez dentro, el Creador estuvo mirándole durante una o dos horas. Finalmente se dirigió a él:
- Este es mi veredicto, criatura – le dijo – “Tú estás en el mundo porque tiene que haber de todo”.
Y de ahí viene el dicho.
La Hidra vivía en el mar del Japón, cuando llegó a su guarida asomó una de sus múltiples cabezas y preguntó qué quería.
- Soy el Monstruo de las Siete Vesículas – le dijo – Vengo a hacerte una visita.
La Hidra pasó horas hablando por los codos. Hasta que, en en un arrebato de sinceridad, le hizo una terrible confesión:
- Sufrimos de migrañas - le dijo - Cuando no nos duele una cabeza nos duele la otra. Esto es insufrible.
Aloisius siguió viajando durante meses, visitó a la Mujer se Cincuenta Pies, a Cancerbero, el perro de tres cabezas que guarda las puertas del Infierno. Todos le contaron historias parecidas. La Furia le explicó que sus Setenta Brazos escondían sus correspondientes Setenta Sobacos, de manera que no ganaba para desodorantes. El Zopilote de Doce Ojos le confesó que tenía vista cansada y que ya no podía ni leer una revista.
No contento con aquellas explicaciones, Aloisius pidió cita con el Creador – el supremo y divino hacedor de todos los monstruos – que le recibió un martes a primera hora.
- ¿Y usted qué quería? – preguntó la secretaria.
- Soy el Monstruo de las Siete Vesículas. Vengo a pedir explicaciones.
Una vez dentro, el Creador estuvo mirándole durante una o dos horas. Finalmente se dirigió a él:
- Este es mi veredicto, criatura – le dijo – “Tú estás en el mundo porque tiene que haber de todo”.
Y de ahí viene el dicho.
Antonio Martínez (Algunos cuentos casi infantiles) © 2006