Yo soy ese tipo que molesta en los supermercados. He estado ahí, cada día de la semana, desde hace 25 años. Puede que se hayan topado conmigo centenares de veces; me reconocerán por las gafas y la camisa de cuadros. Soy ése que espera con el carro atravesado.
Me gustan las horas en que casi no hay gente, entonces lo nuestro se convierte en un arte. Si el hueco es estrecho, procuro rozar mi tripa contra usted. A veces tan cerca que me llega su aliento.
La irritación aturde los sentidos. Les veo escapar enfurecidos por el pasillo, se llevan lo primero que pasa junto al carro. El secreto está en anticiparse al atasco. Después solo hay que hacer como que se pasa la mañana ¿Aún no me reconoce? Ese tipo que contempla mansamente los yogures.
En un centro comercial de tamaño medio suele haber cinco o seis empleados como yo. Si te pasas de la raya la empresa te quita el carro y te deja con la cesta durante una buena temporada. No es lo mismo, claro. Conocemos golpes de carro que pueden ser terribles, sobre todo a la altura de ciertos tendones.
No pagan mucho, pero al menos estoy reconocido. En el año 98 logré retener a una treintena de personas en el pasillo de los desodorantes. Se montó tal tumulto que un par de tipos terminaron a guantazos.
Aquel día los carros salían hasta arriba.