En la mañana del 15 de julio de 1942, desde una base secreta del ejército de los EEUU en Groenlandia, seis aviones de combate P-38 «Relámpago» y dos gigantescos bombarderos B-17 «Fortaleza Volante» despegan con destino a Gran Bretaña para unirse a la guerra contra Hitler.
Una vez sobre los hielos polares, el escuadrón se topa con una terrible tempestad. Da la vuelta pero la situación en la base es aún peor, así que tampoco pueden regresar.
Transcurren noventa minutos de tensa espera, volando a ciegas en mitad de la tormenta, hasta que el escuadrón encuentra un claro entre las nubes. Apenas les queda combustible para veinte minutos más. Su única esperanza es aterrizar sobre el hielo de Groenlandia; no saben dónde se encuentran, únicamente que están a dos horas de vuelo del aeropuerto más cercano.
Uno tras otro, los seis “Relámpagos” prueban suerte sin saber si la espesura del hielo aguantará su peso. Aterrizan sin desplegar el tren de aterrizaje, caen sobre la panza y se deslizan en la nieve con alguna dificultad, aunque nadie resulta herido. Los dos bombarderos B-17 aguantan en el aire durante cuarenta minutos más, deben descargar todo el combustible hasta que el peso sea mínimo y disminuya el riesgo de quebrar el hielo. Una hora más tarde, tras una difícil maniobra, los dos bombarderos se encuentran junto a sus compañeros sobre el hielo de Groenlandia.
Los veinticinco hombres, perdidos en mitad de la nada, reúnen sus provisiones y se las ingenian para calentarse con los restos de un motor. Después de tres días incomunicados, a temperaturas bajo cero, llega un mensaje de morse desde la base confirmando su posición. Aún deben aguantar siete días más, hasta que un equipo de rescate aparece en el horizonte. Es un grupo de soldados aliados que han atravesado el hielo con trineos y perros hasta encontrarles. La mañana del 25 de julio de 1942, los componentes del escuadrón parten dejando los aviones en el mismo lugar perdido de Groenlandia donde han aterrizado.
En los años siguientes a la II Guerra Mundial, pocas personas se acordaron ocasionalmente del legendario 'Escuadrón Perdido' de 1942, y no fue hasta 1980 que alguien pensó en una misión de rescate. El comerciante de aviones estadounidense Patrick Epps le dijo a su amigo, el arquitecto Richard Taylor, que los aviones estarían como nuevos. «Todo lo que tenemos que hacer es quitar la nieve de las alas, abastecerlos de combustible, levantarlos y volarlos hacia el poniente. Así de fácil».
Pero no fue así de fácil. Costó muchos años, mucho dinero y varias expediciones fallidas hasta que tuvieron el primer indicio real. Los investigadores quedaron estupefactos al comprobar, tras introducir durante meses el tubo de sondeo, que los aviones se encontraban a 75 metros de profundidad (¡!).
En apenas 50 años, se había formado sobre ellos una fabulosa capa de hielo. Taylor y Epps volvieron en 1990 con un aparato llamado “super-ardillla”, que bombeaba agua caliente al excavar. Encontraron los B-17 y algunos “Relámpagos” que habían quedado en simple chatarra. Finalmente, en 1992, después de muchas semanas, lograron recuperar uno de los cazas menos dañados y trasladarlo a EEUU, donde hoy, tras una concienzuda restauración, vuela con el nombre de “Glacier Girl” (la chica del glaciar).
Por cierto, los aviones fueron encontrados bajo el hielo en la posición exacta en que aterrizaron, salvo que se habían desplazado (por la corriente glaciar) más de tres kilómetros desde su ubicación original.
* Nota: esta historia es un resumen de la información contenida en Recovery Project, en este artículo de Carl Wieland y este otro de Alan Bellows.
Una vez sobre los hielos polares, el escuadrón se topa con una terrible tempestad. Da la vuelta pero la situación en la base es aún peor, así que tampoco pueden regresar.
Transcurren noventa minutos de tensa espera, volando a ciegas en mitad de la tormenta, hasta que el escuadrón encuentra un claro entre las nubes. Apenas les queda combustible para veinte minutos más. Su única esperanza es aterrizar sobre el hielo de Groenlandia; no saben dónde se encuentran, únicamente que están a dos horas de vuelo del aeropuerto más cercano.
Uno tras otro, los seis “Relámpagos” prueban suerte sin saber si la espesura del hielo aguantará su peso. Aterrizan sin desplegar el tren de aterrizaje, caen sobre la panza y se deslizan en la nieve con alguna dificultad, aunque nadie resulta herido. Los dos bombarderos B-17 aguantan en el aire durante cuarenta minutos más, deben descargar todo el combustible hasta que el peso sea mínimo y disminuya el riesgo de quebrar el hielo. Una hora más tarde, tras una difícil maniobra, los dos bombarderos se encuentran junto a sus compañeros sobre el hielo de Groenlandia.
Los veinticinco hombres, perdidos en mitad de la nada, reúnen sus provisiones y se las ingenian para calentarse con los restos de un motor. Después de tres días incomunicados, a temperaturas bajo cero, llega un mensaje de morse desde la base confirmando su posición. Aún deben aguantar siete días más, hasta que un equipo de rescate aparece en el horizonte. Es un grupo de soldados aliados que han atravesado el hielo con trineos y perros hasta encontrarles. La mañana del 25 de julio de 1942, los componentes del escuadrón parten dejando los aviones en el mismo lugar perdido de Groenlandia donde han aterrizado.
En los años siguientes a la II Guerra Mundial, pocas personas se acordaron ocasionalmente del legendario 'Escuadrón Perdido' de 1942, y no fue hasta 1980 que alguien pensó en una misión de rescate. El comerciante de aviones estadounidense Patrick Epps le dijo a su amigo, el arquitecto Richard Taylor, que los aviones estarían como nuevos. «Todo lo que tenemos que hacer es quitar la nieve de las alas, abastecerlos de combustible, levantarlos y volarlos hacia el poniente. Así de fácil».
Pero no fue así de fácil. Costó muchos años, mucho dinero y varias expediciones fallidas hasta que tuvieron el primer indicio real. Los investigadores quedaron estupefactos al comprobar, tras introducir durante meses el tubo de sondeo, que los aviones se encontraban a 75 metros de profundidad (¡!).
En apenas 50 años, se había formado sobre ellos una fabulosa capa de hielo. Taylor y Epps volvieron en 1990 con un aparato llamado “super-ardillla”, que bombeaba agua caliente al excavar. Encontraron los B-17 y algunos “Relámpagos” que habían quedado en simple chatarra. Finalmente, en 1992, después de muchas semanas, lograron recuperar uno de los cazas menos dañados y trasladarlo a EEUU, donde hoy, tras una concienzuda restauración, vuela con el nombre de “Glacier Girl” (la chica del glaciar).
Por cierto, los aviones fueron encontrados bajo el hielo en la posición exacta en que aterrizaron, salvo que se habían desplazado (por la corriente glaciar) más de tres kilómetros desde su ubicación original.
* Nota: esta historia es un resumen de la información contenida en Recovery Project, en este artículo de Carl Wieland y este otro de Alan Bellows.