En aquella película de los 80, “Los Dioses deben de estar locos”, una botella de Coca-cola caída desde el cielo trastornaba la vida de los bosquimanos del Kalahari. Veinticinco años después, y en la vida real, un artista italiano llamado Marco Boggio se ha plantado en el corazón de África con un traje espacial.
En el verano de 2005, Boggio se desplazó a Burkina Faso en busca de tribus que nunca hubieran oído hablar sobre la existencia de astronautas ni de la llegada del hombre a la Luna. En la maleta se llevó fotografías y libros de astronomía que utilizó para introducir a los nativos en el misterio de los viajes al espacio. Después de varias semanas de charlas, y una vez superado el asombro inicial, el artista pidió a los artesanos locales que realizaran sus trabajos inspirándose en la temática espacial.
El resultado se expone estos días en Nueva York bajo el título "Dreams and Nightmares of the African Astronauts" (Sueños y Pesadillas de los Astronautas Africanos) y lo componen un conjunto pinturas, esculturas y tejidos en los que aparecen cohetes en forma de pez, extrañas estrellas y pintorescos astronautas.
Los nativos de Burkina Faso construyen, con su estética tradicional, una nueva iconografía basada en los relatos de Boggio. En sus esculturas representan la ascensión del hombre a los cielos, o el momento en que los astronautas americanos son introducidos en la cápsula espacial. En la exposición también se exhibe un vídeo en el que un hombre vestido de astronauta intercambia impresiones con las gentes del lugar. Durante un par de horas, el astronauta y los nativos charlan sobre su concepción del mundo, su idea de lo que hay más allá de las nubes y la posibilidad de que los seres humanos lleguen allá arriba. “¿Qué comen los hombres en la Luna?” – llega a preguntar un interesado aborigen.
El trabajo de Boggio es una mezcla entre la etnografía y la provocación, trata de demostrar lo que ocurre al enfrentar dos visiones entre sí, el contraste entre la avanzada tecnología espacial y la visión mágica del chamán.
Pero no hace falta viajar tan lejos para confrontar los conceptos de mito y realidad.
En el año 1997 la Fundación Telefónica de Madrid acogió la exposición «Sputnik: La odisea de la Soyuz 2», una supuesta investigación que sacaba a la luz la verdad sobre la vida el astronauta Ivan Istochnikov, un héroe de la Unión Soviética cuyo rastro había sido meticulosamente borrado por el KGB.
Centenares de documentos y fotografías, sacados oportunamente a la luz por los autores de la exposición, demostraban que en 1984, tras el fracaso de la misión de la Soyuz 2, el astronauta Istochnikov y su perrita Kloka habían desaparecido para siempre en el espacio sideral
El pasado domingo, el programa Cuarto Milenio, presentado por el ínclito Iker Jiménez en canal Cuatro, presentó esta historia como real.
La conspiración soviética en torno a Istochnikov – como podrían haber comprobado fácilmente – no era más que una elaborada ficción del artista Joan Fontcuberta, que trucó las fotografías y prestó su propia cara para encarnar al cosmonauta. Un experimento – como él mismo ha reconocido en más de una ocasión – para demostrar que “la manipulación de las imágenes y de los archivos permite remodelar la memoria colectiva y la historia al capricho de los intereses más oscuros”.
Ambos casos – el de Boggio y el de Fontcuberta – consiguen ponernos, a través de una fábula de astronautas imaginarios, ante la misma estremecedora conclusión: si los nativos de Burkina construyen su realidad a través del mito y la imaginación, ¿con qué se construye el discurso que nos ofrece cada día la televisión? ¿Es tan grande la diferencia que separa al chamán del presentador? Y lo más importante: aquella batalla, la del logos contra el mito; ¿alguna vez se ganó?
En el verano de 2005, Boggio se desplazó a Burkina Faso en busca de tribus que nunca hubieran oído hablar sobre la existencia de astronautas ni de la llegada del hombre a la Luna. En la maleta se llevó fotografías y libros de astronomía que utilizó para introducir a los nativos en el misterio de los viajes al espacio. Después de varias semanas de charlas, y una vez superado el asombro inicial, el artista pidió a los artesanos locales que realizaran sus trabajos inspirándose en la temática espacial.
El resultado se expone estos días en Nueva York bajo el título "Dreams and Nightmares of the African Astronauts" (Sueños y Pesadillas de los Astronautas Africanos) y lo componen un conjunto pinturas, esculturas y tejidos en los que aparecen cohetes en forma de pez, extrañas estrellas y pintorescos astronautas.
Los nativos de Burkina Faso construyen, con su estética tradicional, una nueva iconografía basada en los relatos de Boggio. En sus esculturas representan la ascensión del hombre a los cielos, o el momento en que los astronautas americanos son introducidos en la cápsula espacial. En la exposición también se exhibe un vídeo en el que un hombre vestido de astronauta intercambia impresiones con las gentes del lugar. Durante un par de horas, el astronauta y los nativos charlan sobre su concepción del mundo, su idea de lo que hay más allá de las nubes y la posibilidad de que los seres humanos lleguen allá arriba. “¿Qué comen los hombres en la Luna?” – llega a preguntar un interesado aborigen.
El trabajo de Boggio es una mezcla entre la etnografía y la provocación, trata de demostrar lo que ocurre al enfrentar dos visiones entre sí, el contraste entre la avanzada tecnología espacial y la visión mágica del chamán.
Pero no hace falta viajar tan lejos para confrontar los conceptos de mito y realidad.
En el año 1997 la Fundación Telefónica de Madrid acogió la exposición «Sputnik: La odisea de la Soyuz 2», una supuesta investigación que sacaba a la luz la verdad sobre la vida el astronauta Ivan Istochnikov, un héroe de la Unión Soviética cuyo rastro había sido meticulosamente borrado por el KGB.
Centenares de documentos y fotografías, sacados oportunamente a la luz por los autores de la exposición, demostraban que en 1984, tras el fracaso de la misión de la Soyuz 2, el astronauta Istochnikov y su perrita Kloka habían desaparecido para siempre en el espacio sideral
El pasado domingo, el programa Cuarto Milenio, presentado por el ínclito Iker Jiménez en canal Cuatro, presentó esta historia como real.
La conspiración soviética en torno a Istochnikov – como podrían haber comprobado fácilmente – no era más que una elaborada ficción del artista Joan Fontcuberta, que trucó las fotografías y prestó su propia cara para encarnar al cosmonauta. Un experimento – como él mismo ha reconocido en más de una ocasión – para demostrar que “la manipulación de las imágenes y de los archivos permite remodelar la memoria colectiva y la historia al capricho de los intereses más oscuros”.
Ambos casos – el de Boggio y el de Fontcuberta – consiguen ponernos, a través de una fábula de astronautas imaginarios, ante la misma estremecedora conclusión: si los nativos de Burkina construyen su realidad a través del mito y la imaginación, ¿con qué se construye el discurso que nos ofrece cada día la televisión? ¿Es tan grande la diferencia que separa al chamán del presentador? Y lo más importante: aquella batalla, la del logos contra el mito; ¿alguna vez se ganó?