El 19 de julio de 1808, tras la victoria en la trascendental batalla de Bailén, el ejército del general Castaños hizo prisioneros a varias decenas de miles de soldados napoleónicos. Los franceses fueron concentrados en Sanlúcar durante varios días, bajo el compromiso de ser repatriados a Francia, hasta que el Gobernador de Cádiz decidió no respetar el acuerdo y embarcarlos en ocho navíos con destino a Canarias y Baleares.
Pocos días después, unos 9.000 prisioneros franceses fueron abandonados a su suerte en la pequeña isla de Cabrera. El propio islote, de apenas 16 km2, constituía una cárcel de la que no había manera de escapar; un páramo desierto sin agua ni comida para tantas personas.
En poco tiempo se acabaron los recursos de la isla, los escasos conejos y lagartos que vivían entre sus piedras, y los 9.000 hombres entraron en una situación de absoluta desesperación. Algunos empezaron a comer hierbas silvestres, insectos, lagartijas… se dieron casos de antropofagia que fueron castigados con pena de muerte.
Durante cinco largos años las autoridades españolas se olvidaron de aquellos prisioneros. Cuando regresaron, al acabar la guerra, de los 9.000 franceses solo quedaban 3.600 con vida. La isla quedó sembrada de huesos y de inscripciones de los prisioneros en las rocas, testigos mudos de aquel horror.
Hoy en día, solo un pequeño obelisco – olvidado por todos – recuerda lo que sucedió.
Pocos días después, unos 9.000 prisioneros franceses fueron abandonados a su suerte en la pequeña isla de Cabrera. El propio islote, de apenas 16 km2, constituía una cárcel de la que no había manera de escapar; un páramo desierto sin agua ni comida para tantas personas.
En poco tiempo se acabaron los recursos de la isla, los escasos conejos y lagartos que vivían entre sus piedras, y los 9.000 hombres entraron en una situación de absoluta desesperación. Algunos empezaron a comer hierbas silvestres, insectos, lagartijas… se dieron casos de antropofagia que fueron castigados con pena de muerte.
Durante cinco largos años las autoridades españolas se olvidaron de aquellos prisioneros. Cuando regresaron, al acabar la guerra, de los 9.000 franceses solo quedaban 3.600 con vida. La isla quedó sembrada de huesos y de inscripciones de los prisioneros en las rocas, testigos mudos de aquel horror.
Hoy en día, solo un pequeño obelisco – olvidado por todos – recuerda lo que sucedió.
Y una vez más, amigos míos, la única página que lo cuenta con algún detalle está en inglés.