La Casa de América acaba de suspender una obra de teatro porque el protagonista cocinaba y se comía un bogavante sobre el escenario. Un espectáculo de extrema crueldad, si tenemos en cuenta que el actor no ofrecía ni un triste bocado al respetable, con lo feo que está eso de no compartir.
La obra “Accidens” ya se había estrenado en Italia, donde el actor acabó denunciado por la Liga Antivivisección por ‘torturador'. Rodrigo García, su autor, dice que ha querido crear “una reflexión sobre la tortura y la agonía”, y para ello se dedica a putear a un bogavante y auscultarlo para que podamos escuchar su corazón.
En EEUU, la Liga contra el Sufrimiento de la Langosta tampoco habría permitido un acto de semejante crueldad. Llevan años trabajando a favor de los crustáceos; organizan colectas y reparten pegatinas de concienciación. De vez en cuando también asaltan un restaurante y se llevan las langostas que encuentran en el lugar. Después montan en una furgoneta, se beben una botella de Jack Daniels y van liberando langostas por esos mares de Dios.
Según ellos, el mundo está amenazado por desalmados comedores de mariscos que ni siquiera hemos reparado en que los mejillones tienen corazón. Millares de bogavantes, almejas y cangrejos mueren cocidos cada día sin despertar la más mínima compasión. ¿Acaso no lo ven?
La ciencia, de momento, nos da la razón. ‘El marisco no tiene sentimientos’ – dicen los especialistas noruegos en una especie de aforismo sensacional. La receta tradicional establece que a las langostas hay que colocarlas en agua fría, porque si se las echa directamente sobre el agua hirviendo se cabrean y les da por amargar.
En la alta cocina el problema del sufrimiento langostero se tiene superado. A mi amigo R, cocinero profesional, la empresa le pagó hace unos años un cursillo de especialización. Ahora aplica el protocolo TPCM (Técnicas Paliativas para la Cocción de Marisco) y ha aprendido a tener en cuenta los pequeños detalles que antes no sabía apreciar. A las langostas – me dice – hay que hablarlas con naturalidad, como le hablas a un ficus o a un familiar; y ponerles Clásicos Populares, que es lo que les va.
Después, pone el fuego flojito, hasta que las langostas empiezan a soñar.
La obra “Accidens” ya se había estrenado en Italia, donde el actor acabó denunciado por la Liga Antivivisección por ‘torturador'. Rodrigo García, su autor, dice que ha querido crear “una reflexión sobre la tortura y la agonía”, y para ello se dedica a putear a un bogavante y auscultarlo para que podamos escuchar su corazón.
En EEUU, la Liga contra el Sufrimiento de la Langosta tampoco habría permitido un acto de semejante crueldad. Llevan años trabajando a favor de los crustáceos; organizan colectas y reparten pegatinas de concienciación. De vez en cuando también asaltan un restaurante y se llevan las langostas que encuentran en el lugar. Después montan en una furgoneta, se beben una botella de Jack Daniels y van liberando langostas por esos mares de Dios.
Según ellos, el mundo está amenazado por desalmados comedores de mariscos que ni siquiera hemos reparado en que los mejillones tienen corazón. Millares de bogavantes, almejas y cangrejos mueren cocidos cada día sin despertar la más mínima compasión. ¿Acaso no lo ven?
La ciencia, de momento, nos da la razón. ‘El marisco no tiene sentimientos’ – dicen los especialistas noruegos en una especie de aforismo sensacional. La receta tradicional establece que a las langostas hay que colocarlas en agua fría, porque si se las echa directamente sobre el agua hirviendo se cabrean y les da por amargar.
En la alta cocina el problema del sufrimiento langostero se tiene superado. A mi amigo R, cocinero profesional, la empresa le pagó hace unos años un cursillo de especialización. Ahora aplica el protocolo TPCM (Técnicas Paliativas para la Cocción de Marisco) y ha aprendido a tener en cuenta los pequeños detalles que antes no sabía apreciar. A las langostas – me dice – hay que hablarlas con naturalidad, como le hablas a un ficus o a un familiar; y ponerles Clásicos Populares, que es lo que les va.
Después, pone el fuego flojito, hasta que las langostas empiezan a soñar.