Entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos de todo el mundo utilizaron la localización acústica para detectar a los aviones enemigos que se aproximaban a las ciudades. Enormes receptores de sonido, a modo de gigantescas trompetillas, recogían el más mínimo ruido a kilómetros de distancia. A cargo del aparato, dos o tres operadores seguían atentamente cualquier perturbación del aire, convertidos en improvisados escuchadores de los cielos.
Algunos localizadores podían detectar la presencia de aviones enemigos a una distancia de entre 5 y 12 kilómetros, dependiendo de las condiciones meteorológicas. Los aparatos más avanzados, gracias a un sistema de escucha estereofónica y complejas triangulaciones, no solo permitían detectar al enemigo, sino que eran capaces de determinar su altura y posición.
En Gran Bretaña también se construyeron enormes diques que delataban la presencia de cualquier avión en la cercanía de las ciudades. Uno de los más famosos localizadores es la batería de “tubas japonesas” que aparece junto al emperador Hirohito en una fotografía de 1930:
Toda esta extraña tecnología quedó obsoleta con la invención del radar durante la Segunda Guerra Mundial.
Via: Spy’s Spice