“Los escritores de la Generación del 98 huelen a cerrado. Baroja en su propia casa llevaba puestos la boina y el abrigo e incluso a veces se añadía una bufanda y una manta en las rodillas. Un día Unamuno estaba sentado a una mesa camilla y la visita que lo acompañaba, al ver que guardaba silencio y hundía la cabeza en el pecho, creyó que se había dormido, pero una de sus babuchas comenzó a arder en el brasero y por el olor a chamusquina el acompañante se dio cuenta que don Miguel había muerto. Antonio Machado vestía como una cama deshecha y Juan Ramón Jiménez, pese a que sus poemas eran limpios y azules, él iba muy abotonado y de negro como un grajo. El garrotazo que el periodista Manuel Bueno le dio a Valle Inclán le hundió el gemelo en la muñeca. Bastaba con que se hubiera lavado un poco, pero no lo hizo; la herida se le gangrenó y hubo que cortarle el brazo. Desde Galdós a Manuel Azaña, pasando por el atildado Azorín, es posible que ningún literato español se duchara más de diez veces al año”.
Manuel Vicent (Pañería)