La Latitud de los Caballos

31 agosto 2006

Existe una zona en el océano Atlántico, a unos 30 grados norte y sur del Ecuador, que los marinos de todo el mundo conocen desde hace siglos como la “Latitud de los Caballos”. El origen del nombre se remonta a los tiempos de los primeros viajes al Nuevo Mundo, cuando los barcos que cruzaban el Atlántico se topaban con una zona donde el viento dejaba de soplar súbitamente. De pronto, las tripulaciones se adentraban en una balsa en la que permanecían varadas durante días, azotadas por un calor y una sequedad insoportables. Cuando la situación empezaba a ser desesperada, los marinos se veían obligados a aligerar el peso del barco para aprovechar el más ligero viento y escapar de aquella zona muerta. Entonces arrojaban por la borda todos lo enseres prescindibles, ya fueran muebles, mercancías o los propios cañones.

A menudo, después de días y días perdidos en la nada, la situación llegaba a ser tan terrorífica que no tenían más remedio que deshacerse de los caballos.

La tripulación arrojaba a los caballos aterrorizados por la borda, y éstos nadaban durante millas detrás de los barcos, antes de comprender – como cuenta Rodrigo Fresán – que todo había terminado y de dejarse arrastrar “por el imán de las profundidades”.

Otra versión de la misma historia, asegura que los marinos se tenían que deshacer de los caballos para conservar las reservas de agua y comida. A veces, cuando la comida escaseaba, se dice que optaban por comérselos.

En cualquier caso, la mayoría de aquellos marinos no dejaban de escuchar los angustiosos relinchos de los caballos durante el resto del viaje y acaso de sus vidas.

Más: 1 y 2

Blog day

Cinco blogs para quedarse a vivir en ellos:

- La Decadencia del Ingenio: experiencias extracorpóreas.
- La Mujer Tirita: Tiritrán 500mg en vena.
- Libro de Notas: destilando inteligencia.
- Pies para quiosquero: así se escribe un blog.
- Spy’s spice: instantes de felicidad.

Jan Saudek

30 agosto 2006

El método Voronoff

29 agosto 2006

Steinach en su despacho

A principios de 1934, el poeta William Butler Yeats se siente viejo y acabado. Lleva un año sin escribir y lo achaca a su impotencia sexual. “Mis versos se vuelven fríos y cerebrales – le dice a uno de sus amigos – Todo el deseo y lascivia que hacían surgir mi poesía se diluyen”. Semanas después, el mismo amigo le convence para que realice un viaje y se someta a una sencilla operación que, según él, le hará rejuvenecer visiblemente y le devolverá la potencia sexual.

Yeats, anciano frenéticoEn abril de 1934 el poeta irlandés William Butler Yeats , flamante Premio Nobel de Literatura, es operado de los testículos en un oscuro quirófano de Londres. Milagrosamente, en septiembre de ese mismo año, Yeats se siente de nuevo como un toro y entra en la etapa más creativa de su vida. “Concédeme el frenesí de un anciano” – escribe Yeats a sus 69 años. De pronto el sexo se ha convertido para él en una obsesión y se siente con fuerzas para emprender una relación con la actriz Margot Ruddock, cuarenta años más joven.

Experimentos hormonales de la épocaOtro premio Nobel, el noruego Knut Hamsun, y el mismísimo Sigmund Freud, se someten en esos meses a la misma operación en el más absoluto de los secretos. Se trata de la “operación Steinach”, ideada por el afamado médico vienés del mismo nombre y consistente en cerrar los conductos del esperma para aumentar la producción de hormonas sexuales masculinas y reconducirlas hacia el flujo sanguíneo. Una especie de vasectomía, que invierte, “teóricamente”, el proceso natural de envejecimiento. “El corazón se hace más fuerte, la musculatura se refuerza – explica Steinach– El andar es firme y erguido, el sueño se restaura”.

El método Voronoff No muy lejos de allí, en Francia, el conocido profesor Voronoff se dedica desde hace unos años a transplantar testículos de mono a sus pacientes. Gracias a su campaña publicitaria, la operación de “rejuvenecimiento” se hace tan popular que hacia 1930 son miles los caballeros de todo el mundo que se pasean con los testículos de un primate entre las piernas. La demanda de gónadas es tal, que Serge Voronoff planea construir un gran parque con chimpancés y babuinos para mantener el suministro.

Los cojones de VoronoffDurante la operación, el profesor Voronoff coloca paralelamente al paciente y al mono en sendas mesas de operación. Después de aplicar una anestesia local al hombre, Voronoff extrae las glándulas del mono y las corta en seis finas lonchas que injerta en los testículos del paciente. En pocas semanas, los tejidos del mono son reabsorbidos y las hormonas empiezan a fluir. “La tensión baja, la vista se hace más aguda, el pelo crece”.

Sujeto experimentalEn algunas de sus charlas, Voronoff asegura haber aprendido la importancia de los testículos en la salud del hombre gracias a la observación de los eunucos en Egipto. Según él, al observarlos detenidamente había comprobado que la extirpación de los testículos producía en ellos un decaimiento físico comparable a la vejez, y aquello le llevó a pensar que el implante de testículos podría ser un tratamiento adecuado contra el envejecimiento.

En Londres, Voronoff realiza exhibiciones mostrando fotografías de sus pacientes antes y después de las operaciones. Hombres de de 75 a 80 años, en avanzado estado de decrepitud, que de pronto se convierten en saludables tipos que practican deporte y montan a caballo.

En esos meses, el dramaturgo Anatole France – también premio Nobel – se pone en manos de Voronoff. Cuando se presenta tiene 61 años y un aspecto lamentable. Voronoff injerta a Anatole France los testículos de un enorme mono cinocéfalo, divididos en 8 partes alrededor de los testículos del escritor. A los 23 días – según Voronoff – Anatole France le relata su primera erección tras 10 años de impotencia.

Más: 1, 2, 3, 4 y 5

Un día de playa

28 agosto 2006

Pincha para ver más Typhoon 941 Akula con 200 cabezas nucleares a bordo emerge en una playa rusa. [via]

La maldición de Peter Pan

26 agosto 2006

En la mañana del 5 de abril de 1960, Peter Pan descendió por las escaleras de la estación de Sloane Square, caminó lentamente por el andén y se arrojó bajo las ruedas del metro de Londres. “Peter Pan se suicida” – fue el titular de algunos de los diarios de aquel día –“Muere el niño que nunca quiso crecer”.

El día de su muerte, Peter Llewelyn-Davies tenía 63 años. Cincuenta años antes, junto a sus cuatro hermanos, Peter había sido el principal inspirador del personaje creado por James M. Barrie. Los más allegados aseguraron que en aquellos días había estado reordenando las fotos y recuerdos familiares a los que él se refería, irónicamente, como “La Morgue”. No le faltaba razón, pues desde la aparición de Barrie su familia había sido víctima de una especie de “maldición”.

La imagen de arriba está tomada en 1906. En ella se ve a uno de los hermanos, el pequeño Michael, disfrazado de Peter Pan y al propio Barrie caracterizado como Garfio mientras ambos juegan en el jardín. Barrie creó el personaje de Peter Pan gracias a su relación con los hijos de Sylvia Llewelyn Davies. Una relación especial y un tanto enfermiza sobre la que siempre ha flotado (injustamente) el fantasma de la pedofilia. Pocos años después, tendría lugar la primera de una larga serie de desgracias: Sylvia fallecía de cáncer, y Barrie quedaba a cargo de los niños.

Hasta la misma mañana de su suicido, Peter Llewelyn-Davies había aborrecido la idea de que todo el mundo le asociara con Peter Pan; odiaba a Barrie y le culpaba del distanciamiento de sus padres y de todos los horribles acontecimientos que tuvieron lugar a continuación.

A finales del año 1914, con apenas 21 años, George Llewelyn-Davies, el mayor de los hermanos, moría en las trincheras del frente occidental en la Primera Guerra Mundial.

Siete años más tarde, en 1921, dos adolescentes eran encontrados ahogados en las piscinas de Sandford Lasher, en el río Támesis. Uno de ellos era Michael Llewelyn-Davies, el favorito de James Barrie; el otro era su amigo inseparable Rupert Errol. Solo entonces se supo que ambos muchachos mantenían una relación secreta y que se habían arrojado al agua como consecuencia de un pacto suicida. Cuando los cadáveres fueron recuperados del río, sus cuerpos estaban estrechamente entrelazados. El pequeño Michael ni siquiera sabía nadar.

* Si la historia os interesa no dejéis de leer Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán.