En el verano de 1963, el profesor Rodríguez Delgado se coloca por primera vez en su vida delante de un toro, lo cita una y otra vez con el capote y cuando está a punto de embestirle consigue hacer que se detenga. El secreto, más allá del temple del torero, está en el mando a distancia que sostiene entre sus manos: el profesor ha instalado un radiotransmisor en el cerebro del novillo que le permite controlar sus movimientos.
El experimento tuvo lugar en una pequeña plaza de toros de Córdoba frente a una escasa docena de testigos. Las imágenes producen una sensación de sorpresa y desasosiego. En ellas vemos al animal a punto de llevarse por delante al científico, siguiendo el instinto que le ha impulsado durante siglos. Sin embargo, en el último instante, una fuerza misteriosa se lo impide.
La historia fue publicada en la portada de The New York Times bajo el titular “Matador consigue detener al toro con radiotransmisor”. Según el periódico, se trataba de la más espectacular demostración de las posibilidades de control de la mente con estímulos externos. En la misma edición se explicaba que aquella no era la primera experiencia del profesor en este campo. Durante más de 15 años, el doctor José Manuel Rodríguez Delgado, nacido en Málaga y catedrático de la Universidad de Yale, había llevado a cabo experimentos similares con monos y gatos, haciendo de ellos auténticos juguetes teledirigidos. Y lo que resulta más inquietante: en aquellos mismos años había realizado los primeros implantes cerebrales en humanos. (Seguir leyendo)
Inexplicablemente, los trabajos del profesor Rodríguez Delgado permanecen en nuestros días en el olvido. Sus escalofriantes técnicas para manipular los impulsos cerebrales, precedentes de los actuales implantes para tratar el Parkinson o la epilepsia, han quedado olvidadas en algún recóndito archivo.
José Manuel Rodríguez Delgado nació en Ronda (Málaga) en el año 1915. En 1930 recibió una beca en la Universidad de Madrid, pero sus estudios se vieron interrumpidos por la Guerra Civil, durante la cual combatió como médico en el bando republicano. Al terminar la guerra, después de pasar cinco largos meses en un campo de concentración, Rodríguez Delgado terminó sus estudios y finalmente fue becado por la Universidad de Yale, donde desarrolló la mayor parte de sus experimentos y fue nombrado director de la Escuela Médica. En los años 70 regresó a España y se instaló en la Universidad Autónoma de Madrid, donde impartió sus clases magistrales. En los últimos años decidió regresar con su mujer a San Diego (California), donde sigue viviendo a sus 91 años de edad.
Desde muy temprano, Delgado se sintió atraído por los trabajos del fisiólogo suizo Walter Rodolph Hess, quien había descubierto que la aplicación de estímulos eléctricos en el cerebro de los animales producía determinadas respuestas físicas que podían ser estudiadas y clasificadas. Siguiendo la experiencia de Hess, el profesor Delgado desarrolló un sistema de electrodos que, implantados en el cerebro de monos y gatos, le permitían mover sus extremidades a su antojo o provocarles distintas sensaciones. Su máximo interés estaba en influir en los estados de ánimo de los sujetos, aplacar o inducir sus estados de cólera, alegría o deseo.
En su libro "El control físico de la mente", el doctor Delgado describe algunos de sus múltiples hallazgos en el campo de la neurología. Su mayor logro fue la creación de unos pequeños electrodos denominados "estimoreceptores" (Stimoceivers) que una vez insertados en el cerebro podían manejarse a decenas de metros de distancia mediante ondas de radio. Se dice que durante su estancia en la Isla de Hall (en las Bermudas), consiguió dirigir el comportamiento de toda una comunidad de monos gibones, a pesar de estar dispersos en un radio de kilómetros.
En 1952 el doctor Delgado describió por primera vez la posibilidad de implantar uno de estos electrodos en seres humanos. Durante los siguientes años implantaría electrodos en unos 25 pacientes, la mayoría esquizofrénicos, epilépticos o enfermos mentales del hospital de Rhode Island, en Massachussets. Operó, según asegura él mismo, solo en casos desesperados en los que la Medicina no había dado ningún resultado. Una justificación que, a los ojos de la ciencia actual, parece más que insuficiente.
Finalmente, Delgado abandonó los experimentos con humanos por falta de fiabilidad en los resultados y siguió colaborando con diferentes organismos. Durante mucho tiempo se le acusó de haber trabajado para la CIA en el desarrollo de programas como el MK-Ultra, con la intención de manipular la mente de ciudadanos y soldados a gran escala. Él mismo admite haber colaborado con el Pentágono, pero asegura que sus descubrimientos jamás han sido aplicados con fines militares.
Sin embargo, algunas de sus afirmaciones siguen poniéndonos los pelos de punta. "El control físico de las funciones cerebrales es un hecho demostrado – decía en los años 70 – A través de la estimulación eléctrica de estructuras cerebrales específicas, se pueden inducir movimientos ordenados por radio, la hostilidad puede aparecer y desaparecer, la jerarquía social puede ser modificada el comportamiento sexual puede ser cambiado, y la memoria, las emociones y los procesos de pensamiento pueden ser influenciados por control remoto".
En 1966, en un momento de aterradora lucidez, él mismo aseguraba que sus experimentos apoyaban “la desagradable conclusión de que el movimiento, la emoción y el comportamiento pueden ser dirigidos por fuerzas eléctricas y que los humanos pueden ser controlados como robots; mediante botones".
Más: 1, 2, 3, 4 y 5
El experimento tuvo lugar en una pequeña plaza de toros de Córdoba frente a una escasa docena de testigos. Las imágenes producen una sensación de sorpresa y desasosiego. En ellas vemos al animal a punto de llevarse por delante al científico, siguiendo el instinto que le ha impulsado durante siglos. Sin embargo, en el último instante, una fuerza misteriosa se lo impide.
La historia fue publicada en la portada de The New York Times bajo el titular “Matador consigue detener al toro con radiotransmisor”. Según el periódico, se trataba de la más espectacular demostración de las posibilidades de control de la mente con estímulos externos. En la misma edición se explicaba que aquella no era la primera experiencia del profesor en este campo. Durante más de 15 años, el doctor José Manuel Rodríguez Delgado, nacido en Málaga y catedrático de la Universidad de Yale, había llevado a cabo experimentos similares con monos y gatos, haciendo de ellos auténticos juguetes teledirigidos. Y lo que resulta más inquietante: en aquellos mismos años había realizado los primeros implantes cerebrales en humanos. (Seguir leyendo)
Inexplicablemente, los trabajos del profesor Rodríguez Delgado permanecen en nuestros días en el olvido. Sus escalofriantes técnicas para manipular los impulsos cerebrales, precedentes de los actuales implantes para tratar el Parkinson o la epilepsia, han quedado olvidadas en algún recóndito archivo.
José Manuel Rodríguez Delgado nació en Ronda (Málaga) en el año 1915. En 1930 recibió una beca en la Universidad de Madrid, pero sus estudios se vieron interrumpidos por la Guerra Civil, durante la cual combatió como médico en el bando republicano. Al terminar la guerra, después de pasar cinco largos meses en un campo de concentración, Rodríguez Delgado terminó sus estudios y finalmente fue becado por la Universidad de Yale, donde desarrolló la mayor parte de sus experimentos y fue nombrado director de la Escuela Médica. En los años 70 regresó a España y se instaló en la Universidad Autónoma de Madrid, donde impartió sus clases magistrales. En los últimos años decidió regresar con su mujer a San Diego (California), donde sigue viviendo a sus 91 años de edad.
Desde muy temprano, Delgado se sintió atraído por los trabajos del fisiólogo suizo Walter Rodolph Hess, quien había descubierto que la aplicación de estímulos eléctricos en el cerebro de los animales producía determinadas respuestas físicas que podían ser estudiadas y clasificadas. Siguiendo la experiencia de Hess, el profesor Delgado desarrolló un sistema de electrodos que, implantados en el cerebro de monos y gatos, le permitían mover sus extremidades a su antojo o provocarles distintas sensaciones. Su máximo interés estaba en influir en los estados de ánimo de los sujetos, aplacar o inducir sus estados de cólera, alegría o deseo.
En su libro "El control físico de la mente", el doctor Delgado describe algunos de sus múltiples hallazgos en el campo de la neurología. Su mayor logro fue la creación de unos pequeños electrodos denominados "estimoreceptores" (Stimoceivers) que una vez insertados en el cerebro podían manejarse a decenas de metros de distancia mediante ondas de radio. Se dice que durante su estancia en la Isla de Hall (en las Bermudas), consiguió dirigir el comportamiento de toda una comunidad de monos gibones, a pesar de estar dispersos en un radio de kilómetros.
En 1952 el doctor Delgado describió por primera vez la posibilidad de implantar uno de estos electrodos en seres humanos. Durante los siguientes años implantaría electrodos en unos 25 pacientes, la mayoría esquizofrénicos, epilépticos o enfermos mentales del hospital de Rhode Island, en Massachussets. Operó, según asegura él mismo, solo en casos desesperados en los que la Medicina no había dado ningún resultado. Una justificación que, a los ojos de la ciencia actual, parece más que insuficiente.
Finalmente, Delgado abandonó los experimentos con humanos por falta de fiabilidad en los resultados y siguió colaborando con diferentes organismos. Durante mucho tiempo se le acusó de haber trabajado para la CIA en el desarrollo de programas como el MK-Ultra, con la intención de manipular la mente de ciudadanos y soldados a gran escala. Él mismo admite haber colaborado con el Pentágono, pero asegura que sus descubrimientos jamás han sido aplicados con fines militares.
Sin embargo, algunas de sus afirmaciones siguen poniéndonos los pelos de punta. "El control físico de las funciones cerebrales es un hecho demostrado – decía en los años 70 – A través de la estimulación eléctrica de estructuras cerebrales específicas, se pueden inducir movimientos ordenados por radio, la hostilidad puede aparecer y desaparecer, la jerarquía social puede ser modificada el comportamiento sexual puede ser cambiado, y la memoria, las emociones y los procesos de pensamiento pueden ser influenciados por control remoto".
En 1966, en un momento de aterradora lucidez, él mismo aseguraba que sus experimentos apoyaban “la desagradable conclusión de que el movimiento, la emoción y el comportamiento pueden ser dirigidos por fuerzas eléctricas y que los humanos pueden ser controlados como robots; mediante botones".
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