En el año 1924 un entusiasmado Adolf Hitler escribía las siguientes palabras de elogio hacia la política de inmigración estadounidense: “Los americanos han fijado criterios científicos para su inmigración… estableciendo requisitos raciales y de salud mental como condición para pisar suelo estadounidense”. Hitler se refería así a la política de control ejercida por las autoridades norteamericanas desde 1917 en la frontera con México, donde miles de inmigrantes eran desnudados y rociados con todo tipo de sustancias tóxicas (desde DDT hasta ácido sulfúrico) como si se tratara de bestias salvajes. En su libro “Ringside to a Revolution, an underground cultural history of El Paso and Juarez”, el escritor David Dorado Romo revela ahora que aquellas prácticas en la frontera mexicana fueron la fuente directa de inspiración para la creación de las cámaras de gas en los campos de exterminio nazis. (Seguir leyendo)
Durante más de 20 años, las masas de inmigrantes mexicanos fueron introducidas en barracones y sometidas a férreos controles sobre su posible homosexualidad, retraso mental o malformaciones congénitas, condiciones que impedían su entrada en el ‘país de las oportunidades’. Además de la humillación, aquella fumigación sistemática de los inmigrantes tuvo efectos terribles sobre miles de personas, desde la propia muerte por intoxicación a casos de cáncer o niños con malformaciones. La razón esgrimida por los Estados Unidos para aquel control inhumano fue el temor a que los inmigrantes introdujeran posibles epidemias de tifus en el país, pero algunos documentos oficiales como el Manual de Examen Mental para Extranjeros, editado por el Servicio Nacional de Salud, demuestran que se trataba de una política eugenésica extendida por todo el territorio.
Llevados por aquellas ansias infinitas de pureza, los estadounidenses fueron los primeros en utilizar el Zyklon B sobre la población con el objeto de desinfectar las ropas y las pertenencias de los inmigrantes. Unos años después, y tal y como documenta Dorado Romo, aquella sustancia fue copiada y adoptada por los científicos nazis para sus siniestros propósitos. En un extenso reportaje publicado por una revista alemana en 1938, el químico Gerhard Peters desglosaba con todo lujo de detalles las instalaciones de “desinfección” de la frontera de El Paso e incluía fotografías y esquemas de la adaptación necesaria para dispersar aquel mismo Zyklon B en vagones repletos de gente. El mismo mecanismo que les serviría, tres años después, para asesinar a millones de personas.
Más: 1, 2, 3, 4
Ver también: Por el bien de la raza y Un muro hacia el mar
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Durante más de 20 años, las masas de inmigrantes mexicanos fueron introducidas en barracones y sometidas a férreos controles sobre su posible homosexualidad, retraso mental o malformaciones congénitas, condiciones que impedían su entrada en el ‘país de las oportunidades’. Además de la humillación, aquella fumigación sistemática de los inmigrantes tuvo efectos terribles sobre miles de personas, desde la propia muerte por intoxicación a casos de cáncer o niños con malformaciones. La razón esgrimida por los Estados Unidos para aquel control inhumano fue el temor a que los inmigrantes introdujeran posibles epidemias de tifus en el país, pero algunos documentos oficiales como el Manual de Examen Mental para Extranjeros, editado por el Servicio Nacional de Salud, demuestran que se trataba de una política eugenésica extendida por todo el territorio.
Llevados por aquellas ansias infinitas de pureza, los estadounidenses fueron los primeros en utilizar el Zyklon B sobre la población con el objeto de desinfectar las ropas y las pertenencias de los inmigrantes. Unos años después, y tal y como documenta Dorado Romo, aquella sustancia fue copiada y adoptada por los científicos nazis para sus siniestros propósitos. En un extenso reportaje publicado por una revista alemana en 1938, el químico Gerhard Peters desglosaba con todo lujo de detalles las instalaciones de “desinfección” de la frontera de El Paso e incluía fotografías y esquemas de la adaptación necesaria para dispersar aquel mismo Zyklon B en vagones repletos de gente. El mismo mecanismo que les serviría, tres años después, para asesinar a millones de personas.
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