Más que por las personas que se llevan cosas de los supermercados, las grandes cadenas estadounidenses empiezan a preocuparse por lo que algunos clientes les dejan dentro.
Poetas que introducen sus libros autoeditados en las estanterías, músicos que dejan sus CD’s en lugares estratégicos de las tiendas, o artistas que apilan decenas de latas con su obra en la sección de comida. Cada vez son más las personas que deslizan entre los productos objetos personales procedentes del exterior, bien con el fin de autopromocionarse o por el mero gusto de burlar al sistema. (Seguir leyendo)
Tal y como relataba The New York Times el pasado lunes, el denominado shopdropping (por oposición a shoplifting) está desbordando las previsiones de las grandes compañías y ha convertido las estanterías de los hipermercados en una fuente de sorpresas.
Más allá de la autopromoción improvisada, aquellos que se dedican seriamente al shopdropping lo entienden como una forma de expresión contra el consumismo. Hace tan solo unos días, por ejemplo, un grupo de activistas de Oakland entró en un conocido Wal-Mart y colocó en su sección de ropa decenas de camisetas con el retrato de Carlos Marx, el Che Guevara y Bakunin. Junto a la felicitación navideña, los desconcertados clientes podían leer el lema “Paz en la Tierra... después de que acabemos con el capitalismo”.
En la misma línea, el artista Packard Jennings ha colocado en varios centros comerciales los más disparatados muñecos, como una réplica de Mussolini o un ‘madelman anarquista’, provisto de su correspondiente cizalla y su juego de cócteles Molotov. Y lo que más le divierte es grabar la cara de los cajeros cuando tienen que cobrar un producto para el que no encuentran precio ni explicación alguna.
Este tipo de actos subversivos en el interior de las tiendas se remonta a finales de los 80. En el año 1989, el denominado Frente para la Liberación de la Barbie fue de los primeros en actuar cuando – en nombre de la igualdad de sexos – se dedicó a ‘hackear’ la voz de las conocidas muñecas de Mattel y a ponerles un vozarrón varonil antes de devolverlas a sus estanterías.
Pero el episodio más divertido tuvo lugar hace algunos años en la librería Powell’s Books, de Portland. Allí, algunos jóvenes religiosos se dedicaron a introducir folletos cristianos entre los libros de ciencia. Al cabo de unos días obtuvieron su merecida respuesta: alguien tuvo el detalle de colocar los ejemplares de la Biblia en la categoría de Ciencia Ficción y Fantasía.
Ver también: Interferencias urbanas
Poetas que introducen sus libros autoeditados en las estanterías, músicos que dejan sus CD’s en lugares estratégicos de las tiendas, o artistas que apilan decenas de latas con su obra en la sección de comida. Cada vez son más las personas que deslizan entre los productos objetos personales procedentes del exterior, bien con el fin de autopromocionarse o por el mero gusto de burlar al sistema. (Seguir leyendo)
Tal y como relataba The New York Times el pasado lunes, el denominado shopdropping (por oposición a shoplifting) está desbordando las previsiones de las grandes compañías y ha convertido las estanterías de los hipermercados en una fuente de sorpresas.
Más allá de la autopromoción improvisada, aquellos que se dedican seriamente al shopdropping lo entienden como una forma de expresión contra el consumismo. Hace tan solo unos días, por ejemplo, un grupo de activistas de Oakland entró en un conocido Wal-Mart y colocó en su sección de ropa decenas de camisetas con el retrato de Carlos Marx, el Che Guevara y Bakunin. Junto a la felicitación navideña, los desconcertados clientes podían leer el lema “Paz en la Tierra... después de que acabemos con el capitalismo”.
En la misma línea, el artista Packard Jennings ha colocado en varios centros comerciales los más disparatados muñecos, como una réplica de Mussolini o un ‘madelman anarquista’, provisto de su correspondiente cizalla y su juego de cócteles Molotov. Y lo que más le divierte es grabar la cara de los cajeros cuando tienen que cobrar un producto para el que no encuentran precio ni explicación alguna.
Este tipo de actos subversivos en el interior de las tiendas se remonta a finales de los 80. En el año 1989, el denominado Frente para la Liberación de la Barbie fue de los primeros en actuar cuando – en nombre de la igualdad de sexos – se dedicó a ‘hackear’ la voz de las conocidas muñecas de Mattel y a ponerles un vozarrón varonil antes de devolverlas a sus estanterías.
Pero el episodio más divertido tuvo lugar hace algunos años en la librería Powell’s Books, de Portland. Allí, algunos jóvenes religiosos se dedicaron a introducir folletos cristianos entre los libros de ciencia. Al cabo de unos días obtuvieron su merecida respuesta: alguien tuvo el detalle de colocar los ejemplares de la Biblia en la categoría de Ciencia Ficción y Fantasía.
Ver también: Interferencias urbanas