Sobre las estanterías han quedado las conservas de carne, repollo y los botes de cacao. El frío los ha conservado intactos durante casi cien años. Aquí y allá se amontonan las velas, los botes de harina y las latas de aceite para lámparas. Camino del Polo Sur, las expediciones encabezadas por sir Robert Scott y sir Ernest Shackleton dejaron estas provisiones con la esperanza de regresar algún día. Por circunstancias bien diferentes, ninguno de los dos pudo hacerlo. (Seguir leyendo) (English)
1. La cabaña de Sir Robert Scott
Situada en el lado norte del cabo Evans, en la Isla de Ross, la cabaña de Robert Scott fue el último lugar en el que él y otros cuatro compañeros se alojaron antes de partir hacia el Polo Sur. Murieron durante una tormenta meses más tarde, cuando regresaban del polo con la desolación de saber que Amudsen había llegado antes que ellos.
Cien años después, en esta cabaña perdida en la Antártida, algunas de las pertenencias de Scott y sus hombres permanecen tal y como las dejaron. Los camastros donde dormían o la mesa donde hicieron su última comida antes de partir hacia la muerte, siguen esperando en su sitio como si el tiempo no hubiera pasado.
En las estanterías hay galletas, botellas de licor y grandes reservas de sirope y mostaza. En el laboratorio improvisado por el fotógrafo de la expedición, hay unas cuantas fotos colgadas a secar, como esperando a que alguien les dé el visto bueno. Unos metros más allá, en la entrada de la cabaña, se conserva un cajón lleno de huevos de pingüino que los hombres de Scott recogieron con la intención de transportarlos a Gran Bretaña.
Exceptuando el breve paso de Shackleton por aquí (camino a su propia odisea) la cabaña ha permanecido abandonada durante años. En 1956, una expedición estadounidense decidió desenterrarla de la nieve y desde entonces, a pesar de que algunas personas se han llevado objetos como recuerdo, casi todo ha permanecido más o menos como estaba.
En los últimos años las autoridades neozelandesas y británicas han puesto en marcha un plan para evitar que este lugar histórico se siga deteriorando, ya sea por el paso de los visitantes o por la acción de los hongos, que están devorando algunas de las pertenencias dejadas por los expedicionarios.
2. La cabaña de Sir Ernest Shackleton
En enero de 1908, Ernest Shackelton emprendió la segunda de sus míticas expediciones antárticas con la intención de alcanzar el polo sur geográfico. Durante su larga estancia en la Antártida, los hombres de Shackleton construyeron una casita de madera en el Cabo Royds, unos 40 kilómetros al norte de la cabaña de Robert Scott.
En este lugar, la sensación de que sus inquilinos se acaban de marchar es aún más viva que en la cabaña de Scott. Las botas y la ropa de los hombres siguen colgadas de las cuerdas, hay restos de comida sobre una sartén y pedazos de pan sobre la mesa.
Cada uno de los rincones de esta cabaña esconde una pequeña historia, un detalle de la vida de aquellas personas que se jugaban la vida por alcanzar un sueño. Si uno se esfuerza un poco, puede encontrar alguna joya entre los bártulos congelados, como esta firma de Shackleton sobre una de las cajas.
Al igual que la cabaña de Scott, este lugar está incluido en la lista de World Monuments Watch, como uno de los patrimonios culturales que podrían perderse en breve si no se hace un esfuerzo para conservarlos. El plan de recuperación consiste en la restauración de las cabañas, que están muy dañadas por el peso de la nieve, y la restauración y sustitución de muchos de los objetos, que ya están siendo trasladados.
Más: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
Ver también: El hombre que miraba los hielos
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1. La cabaña de Sir Robert Scott
Situada en el lado norte del cabo Evans, en la Isla de Ross, la cabaña de Robert Scott fue el último lugar en el que él y otros cuatro compañeros se alojaron antes de partir hacia el Polo Sur. Murieron durante una tormenta meses más tarde, cuando regresaban del polo con la desolación de saber que Amudsen había llegado antes que ellos.
Cien años después, en esta cabaña perdida en la Antártida, algunas de las pertenencias de Scott y sus hombres permanecen tal y como las dejaron. Los camastros donde dormían o la mesa donde hicieron su última comida antes de partir hacia la muerte, siguen esperando en su sitio como si el tiempo no hubiera pasado.
En las estanterías hay galletas, botellas de licor y grandes reservas de sirope y mostaza. En el laboratorio improvisado por el fotógrafo de la expedición, hay unas cuantas fotos colgadas a secar, como esperando a que alguien les dé el visto bueno. Unos metros más allá, en la entrada de la cabaña, se conserva un cajón lleno de huevos de pingüino que los hombres de Scott recogieron con la intención de transportarlos a Gran Bretaña.
Exceptuando el breve paso de Shackleton por aquí (camino a su propia odisea) la cabaña ha permanecido abandonada durante años. En 1956, una expedición estadounidense decidió desenterrarla de la nieve y desde entonces, a pesar de que algunas personas se han llevado objetos como recuerdo, casi todo ha permanecido más o menos como estaba.
En los últimos años las autoridades neozelandesas y británicas han puesto en marcha un plan para evitar que este lugar histórico se siga deteriorando, ya sea por el paso de los visitantes o por la acción de los hongos, que están devorando algunas de las pertenencias dejadas por los expedicionarios.
2. La cabaña de Sir Ernest Shackleton
En enero de 1908, Ernest Shackelton emprendió la segunda de sus míticas expediciones antárticas con la intención de alcanzar el polo sur geográfico. Durante su larga estancia en la Antártida, los hombres de Shackleton construyeron una casita de madera en el Cabo Royds, unos 40 kilómetros al norte de la cabaña de Robert Scott.
En este lugar, la sensación de que sus inquilinos se acaban de marchar es aún más viva que en la cabaña de Scott. Las botas y la ropa de los hombres siguen colgadas de las cuerdas, hay restos de comida sobre una sartén y pedazos de pan sobre la mesa.
Cada uno de los rincones de esta cabaña esconde una pequeña historia, un detalle de la vida de aquellas personas que se jugaban la vida por alcanzar un sueño. Si uno se esfuerza un poco, puede encontrar alguna joya entre los bártulos congelados, como esta firma de Shackleton sobre una de las cajas.
Al igual que la cabaña de Scott, este lugar está incluido en la lista de World Monuments Watch, como uno de los patrimonios culturales que podrían perderse en breve si no se hace un esfuerzo para conservarlos. El plan de recuperación consiste en la restauración de las cabañas, que están muy dañadas por el peso de la nieve, y la restauración y sustitución de muchos de los objetos, que ya están siendo trasladados.
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Ver también: El hombre que miraba los hielos
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