Imagen: The New York Times
En junio de 1931, el psicólogo Winthrop Niles Kellogg decidió implicar a su hijo Donald, de 10 meses, en uno de sus experimentos. Para ello adoptó a una chimpancé de siete meses y la puso a convivir con el niño como si ambos fueran hermanos. Durante meses, el niño y el mono usaron las mismas cucharas, los mismos pijamas y hasta los mismos orinales, hasta que el científico descubrió que el experimento no estaba saliendo del todo como él esperaba: en lugar de adquirir los hábitos del niño, era el mono el que estaba socializando a Donald. Al cabo de un año el niño había aprendido a emitir una especie de ladridos, a lamer los restos de comida del suelo y a mordisquear sus zapatos como el mono.
A pesar de ésta y otras desagradables experiencias, los experimentos con los propios hijos no han dejado de ser una excepción en la ciencia. El bebé que veis en la imagen superior es el hijo de Pawan Sinha, profesor del Instituto Tecnológico de Massachussets, que le está utilizando para uno de sus estudios. Tal y como relata esta semana The New York Times, el profesor ya tenía las ideas claras cuando celebró el nacimiento del niño, para sorpresa de su propia esposa, porque estaba deseando “estudiarlo y hacer experimentos con él”. (Seguir leyendo)
“Necesitas sujetos, y no son fáciles de obtener”, asegura Deborah Linebarger, una psicóloga de Pennsylvania que ha utilizado a sus cuatro hijos para estudiar los efectos de los medios de comunicación en los niños.
Como ella, otros científicos siguen utilizando a sus propios hijos como un medio cómodo para obtener sujetos experimentales. Tal es el caso de Arthur Toga, un profesor de neurología de la Universidad de California que escaneó los cerebros de sus tres hijos con resonancia magnética para avanzar en sus estudios neurológicos. O el de Stephen M. Camarata, un médico de Vanderbilt que ha implicado a sus siete hijos en sus estudios sobre el aprendizaje, y el de Deb Roy, también de M.I.T. quien ha colocado 11 cámaras y 14 micrófonos en su propia casa para grabar todos y cada uno de los movimientos de su hijo durante sus primeros tres años de vida.
Ya algunos personajes como Jean Piaget usaron a su prole para experimentar y llegaron tan lejos como Jonas Salk, que inyectó la vacuna de la polio a su propio hijo, o como el psicólogo Clarence Leuba quien, para investigar sobre las reacciones innatas, le hacía cosquillas con una máscara para ocultar la expresión.
Como explica Pam Belluck en su reportaje para The New York Times, algunos de estos experimentos parecen inocuos y otros son claramente peligrosos. La mayoría de la comunidad científica coincide en señalar el dilema moral que representa vulnerar la libertad y el derecho a la intimidad de tu propio hijo, y restan valor a unos experimentos marcados todo tipo de condicionamientos familiares y sentimentales.
Enlace: Test Subjects Who Call the Scientist Mom or Dad (NYT) / Ver también: El experimento que gritaba "ya no más"(LdN)
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A pesar de ésta y otras desagradables experiencias, los experimentos con los propios hijos no han dejado de ser una excepción en la ciencia. El bebé que veis en la imagen superior es el hijo de Pawan Sinha, profesor del Instituto Tecnológico de Massachussets, que le está utilizando para uno de sus estudios. Tal y como relata esta semana The New York Times, el profesor ya tenía las ideas claras cuando celebró el nacimiento del niño, para sorpresa de su propia esposa, porque estaba deseando “estudiarlo y hacer experimentos con él”. (Seguir leyendo)
“Necesitas sujetos, y no son fáciles de obtener”, asegura Deborah Linebarger, una psicóloga de Pennsylvania que ha utilizado a sus cuatro hijos para estudiar los efectos de los medios de comunicación en los niños.
Como ella, otros científicos siguen utilizando a sus propios hijos como un medio cómodo para obtener sujetos experimentales. Tal es el caso de Arthur Toga, un profesor de neurología de la Universidad de California que escaneó los cerebros de sus tres hijos con resonancia magnética para avanzar en sus estudios neurológicos. O el de Stephen M. Camarata, un médico de Vanderbilt que ha implicado a sus siete hijos en sus estudios sobre el aprendizaje, y el de Deb Roy, también de M.I.T. quien ha colocado 11 cámaras y 14 micrófonos en su propia casa para grabar todos y cada uno de los movimientos de su hijo durante sus primeros tres años de vida.
Ya algunos personajes como Jean Piaget usaron a su prole para experimentar y llegaron tan lejos como Jonas Salk, que inyectó la vacuna de la polio a su propio hijo, o como el psicólogo Clarence Leuba quien, para investigar sobre las reacciones innatas, le hacía cosquillas con una máscara para ocultar la expresión.
Como explica Pam Belluck en su reportaje para The New York Times, algunos de estos experimentos parecen inocuos y otros son claramente peligrosos. La mayoría de la comunidad científica coincide en señalar el dilema moral que representa vulnerar la libertad y el derecho a la intimidad de tu propio hijo, y restan valor a unos experimentos marcados todo tipo de condicionamientos familiares y sentimentales.
Enlace: Test Subjects Who Call the Scientist Mom or Dad (NYT) / Ver también: El experimento que gritaba "ya no más"(LdN)
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