En el verano de 1957, Darrell Robertson se encontraba apostado junto a sus compañeros en algún lugar del desierto de Mojave. Equipados con un chaleco especial, guantes y gafas protectoras, los chicos del primer batallón del 12º de Infantería esperaban contemplar su primera explosión nuclear desde la lejanía, pero el impacto fue mucho más potente de lo que esperaban.
“Muchos de nosotros rodamos por el terreno como pelotas de fútbol”, explica Robertson en una entrevista con
The Columbia Tribune. La explosión les pilló desprevenidos y la onda expansiva les golpeó como “un bate en el estómago”. Pero lo más sorprendente, explica Robertson, le sobrevino
un poco antes, cuando le alcanzaron las radiaciones y pudo ver, por un instante, sus propios huesos debajo de los guantes y de la carne.
(Seguir leyendo)
Aunque no encontró explicación para esta fugaz “visión de rayos X”, asegura la revista, Robertson tuvo la ocasión de hablar años más tarde con otros veteranos que relataron experiencias parecidas. Como bien apuntan algunos lectores en Reddit y Digg, lo que le sucedió no fue que Robertson adquiriera repentinamente una visión de rayos X, sino que sus ojos contemplaron durante unas milésimas de segundo cómo la radiación atravesaba cuanto se ponía por delante.
Durante los siguientes meses, su batallón volvió a exponerse a entre 12 y 15 explosiones nucleares y cada vez se repetía la misma ceremonia: les enviaban a la zona cero a maniobrar y les daban un medidor para comprobar a cuánta radiación resultaban expuestos.
Entre 1945 y 1958, el ejército de EEUU detonó más de un centenar de bombas atómicas en el desierto de Nevada y envió a miles de soldados a inspeccionar la zona. “¿Nos utilizaron como cobayas?”, se pregunta Robertson. “Desde luego que sí, si lo quiere llamar de esa manera”.
Durante los siguientes años, Robertson siguió sirviendo al ejército, pero el cáncer le devoró parte de los riñones, el páncreas, el hígado y la próstata, y se extendió por algunos puntos de los pulmones. Muchos de sus compañeros no tuvieron tanta suerte. No llegaron a viejos para contarlo.
Enlace: Nuclear blasts’ toll lingers for one man (Columbia Daily Tribune)
Ver también: Una luna nuclear (Fogonazos)
*Actualización 2018:
Los testimonios sobre este tipo de experiencias son muy frecuentes entre los veteranos que participaron en las pruebas nucleares. "Cuando la luz te golpeaba", relataba un soldado británico
en Motherboard, "
podías ver los huesos de tu mano con los ojos cerrados". Dado que las células receptoras de la retina humana no son sensibles ni remotamente al rango de los rayos X, ¿qué es lo que estaban viendo aquellos pobres diablos a los que colocaron en las proximidades de un hongo nuclear? Mi buen amigo
Pablo Artal, catedrático de Óptica de la Universidad de Murcia, me explica cuál podía ser el fenómeno real que podía estar detrás de aquellas experiencias.
“Los efectos térmicos de la explosión producen muchísima radiación en el visible, en el ultravioleta y sobre todo en el infrarrojo”, asegura. “El infrarrojo penetra más en los tejidos, lo que explica que veamos el dedo rojizo al poner una linterna detrás, y nuestro ojo es sensible al infrarrojo, aunque mucho menos que al visible”.
Para entenderlo, basta recordar que cuando cerramos los ojos bajo la luz del sol una buena parte de la radiación sigue llegando a la retina y seguimos viendo una luz rojiza a través de ellos. Por eso algunas personas se ponen antifaces para dormir, por ejemplo. Para Artal, aquellas experiencias de los soldados que veían a través de la carne por un instante “tienen que ver básicamente con u
na visión momentánea de la luz infraroja muy intensa que penetra más en los tejidos y hace las sombras de los huesos más visibles”. Este fogonazo sigue formando imágenes más o menos enfocadas incluso con los párpados cerrados, ya que una parte del infrarrojo pasa por ellos. Eso sí, con los ojos abiertos y con radiaciones muy elevadas, advierte, aquellos hombres podrían haber sufrido quemaduras graves en la retina.