Imagen: Corbis
Tal vez por simpatía hacia los perdedores, de los tres hombres que viajaron a la Luna a bordo del Apollo 11, mi favorito ha sido siempre Michael Collins. Cuarenta años después, tal y como relata Robin McKie en The Guardian, Collins ha vuelto a quedar lejos de los focos, relegado como el hombre que se quedó dando vueltas a la Luna mientras sus compañeros hacían historia ante los ojos del mundo. (Seguir leyendo)
Entre tantos especiales sobre el 40 aniversario, pocos han reparado en una particular odisea que merece ser recordada. Aquel 20 de julio de 1969, mientras todo el mundo miraba hacia la superficie, Collins se convirtió en el primer hombre en alejarse a una distancia de 400.000 kilómetros de la Tierra y vivió una especie de pesadilla a medio camino entre el terror y soledad. Cada vez que daba una vuelta a la órbita, por ejemplo, Collins se quedaba completamente aislado, sin contacto con la Tierra ni sus compañeros, durante 48 minutos: el tiempo que tardaba en atravesar la cara oculta de la Luna.
Durante aquellos interminables minutos, Collins tuvo mucho tiempo para pensar en cómo iban a desarrollarse los acontecimientos, solo y sin ninguna capacidad de reacción. “Mi terror secreto en los últimos seis meses”, escribió en su cuaderno en aquellas horas, “ha sido tener que dejarles en la Luna y regresar a la Tierra solo. Ahora estoy a minutos de conocer el desenlace. Si no consiguen despegar de la superficie, o se estrellan en el intento, no me voy a suicidar, pero regresaré a casa y seré un hombre marcado de por vida”.
Meses después de regresar de la Luna, el famoso aviador Charles Lindbergh aseguró que Collins había experimentado una soledad “desconocida hasta entonces por el ser humano”. Y aunque él lo negó durante muchos años, las notas que tomó mientras giraba en silencio alrededor de la Luna, le delatan: “Ahora estoy verdaderamente solo y absolutamente aislado de cualquier vida conocida", escribió.
Curiosamente, y como remarca McKie, a su regreso a la Tierra, Collins fue el único de los tres que no tuvo problemas psicológicos ni con el alcohol, y uno de los poquísimos astronautas que no se divorció tras su regreso.
Enlace: How Michael Collins became the forgotten astronaut of Apollo 11 (The Guardian)