Aunque
es una forma de parasitismo extendida entre aves, peces e insectos, cuando se
habla de "parásitos
de cría" a casi todos nos viene a la mente la figura del cuco común (Cuculus canorus), la famosa ave que
deposita sus huevos en nido ajeno y consigue que a su prole la críen los padres
de otra especie. Los pájaros parasitados, casi siempre más pequeños, terminan
alimentando a un ave que les dobla en tamaño y que previamente ha liquidado a
sus compañeros de nido. Pero existen variables más sutiles de este tipo de
parasitismo.
Los investigadores españoles Manuel y
Juan Soler (de la Universidad de Granada y la Estación Experimental de
Zonas Áridas de Almería) descubrieron hace unos años el comportamiento de un
ave de la familia de los cucúlidos conocida como críalo (Clamator glandarius)
que consigue resultados parecidos con otra estrategia. A diferencia del
cuco, cuyas crías tiran del nido los huevos de los otros "hermanos",
el críalo deposita su huevo en el nido de la urraca (a la que parasita) y toma
represalias si ésta no lo adopta como suyo. Esto condicionaría de alguna manera
a su víctima a aceptar la relación de “abuso”. Lo explica muy bien Santiago
Merino en su libro Diseñados
por la enfermedad
(Síntesis, 2013): "Varios días tras la puesta los críalos vuelven a
visitar los nidos que han parasitado y, si las urracas han detectado el huevo
intruso y lo han destruido, los críalos hacen lo mismo con toda la puesta de la
urraca. De esta forma a las urracas sólo les queda aceptar al parásito o irse a
otro sitio a reproducirse. Entre críalo y urraca se ha establecido una carrera
coevolutiva para evitar la parasitación, por un lado, y mantenerla, por otro.
El resultado de ese enfrentamiento evolutivo en la actualidad es el
comportamiento mafioso del críalo, o aceptas el parásito o no te
reproduces".
"En realidad, explica Juan Soler a Zientzia Kultura,
"este tipo de comportamiento lo sugirió el investigador israelita Amotz Zahavi
para parásitos de cría en
general, pero no se había demostrado nunca. Fuimos nosotros quienes lo descubrimos".
La historia de esta investigación resulta aún más interesante cuando sabemos
que en realidad trataban de demostrar que lo afirmado por Zahavi no se cumplía.
"Intentamos comprobar las ideas de este hombre", confiesa Soler,
"con la idea de que este tipo de comportamientos no se producirían en la
naturaleza. Nuestra sorpresa fue que descubrimos todo lo contrario".
En un trabajo anterior, Luis Arias de Reina había descrito la
estrategia de parasitación de esta ave que habita en la zona de Granada. El
macho se acerca a la zona de anidamientos y empieza a clamar de forma
escandalosa para llamar la atención de las urracas (Pica pica). Cuando éstas salen a perseguirlo, la
hembra aprovecha para entrar al nido ajeno y hacer su puesta. "La cría no
mata directamente a sus hermanos, que es lo que hace el cuco", nos explica
Juan Soler, "sino que compite con ellos.
Y es una competencia un poco desleal porque el críalo nace entre cuatro
y seis días antes que las urracas del nido. Cuando sale del cascarón la urraca
pesa unos 6 gramos y el críalo anda ya por los 60 o 70".
El primer experimento realizado por el
equipo de los hermanos Soler, publicado en 1995, consistió en localizar varios
nidos de urraca que ya tenían el huevo del críalo, retirarlo y medir qué
probabilidades había de que esos nidos fueran "depredados", es decir,
de que el críalo acudiera de nuevo y destruyera los huevos de la propia urraca.
"Nuestras observaciones mostraron que había mayores probabilidades", asegura Soler,
"aunque no es una relación 1:1, no se produce siempre". Además, entre
1991 y 1992 localizaron 144 nidos de urraca parasitados por críalos y
observaron lo que sucedía sin intervenir. De estos, en un 5,2 % de los casos
las urracas tiraron el huevo del críalo y un 7,5% fueron abandonados. Y aquí
viene el dato impactante: en el 86% de los nidos en los que la urraca destruyó
el huevo de críalo, los huevos de la urraca fueron también destruidos, mientras
que esto solo sucedió en un 12% de los nidos donde el intruso fue aceptado.
Para comprobar experimentalmente que los
responsables de esta destrucción de los huevos eran los críalos, los
investigadores introdujeron falsos huevos de plastilina para registrar los
picotazos. A las pruebas se sumaron varias observaciones directas del fenómeno:
vieron que tras manipular el nido y sacar el huevo del críalo, éste - que
andaba pendiente por la zona - volvía en menos de una hora y rompía todos los huevos
de la urraca.
Pero no estaba todo el trabajo hecho. Una
pieza importante del puzle era comprobar que este comportamiento aportaba una
ventaja individual al parásito, en este caso el críalo, y no de grupo.
"Nuestra hipótesis", relata Soler, "es que los críalos estaban
'enseñando' a las urracas a no tirar su huevo. Preveíamos que las urracas a las
que depredaran el nido en una primera ocasión aprenderían de la mala
experiencia y cambiarían su comportamiento en la segunda ocasión. Es mejor
pagar al mafioso la cuota que enfrentarse a él”.
Las urracas suelen hacer una sola puesta
al año, pero cuando les depredan los nidos vuelven a construir otro y
realizar una nueva puesta. Es en esta nueva puesta donde se esperaba que las
urracas dejaran de expulsar de sus nidos los huevos parásitos. Para comprobar si el comportamiento
"mafioso" de los críalos tenía el efecto esperado, el equipo
de los hermanos Soler diseñó un
nuevo experimento en el que usaron huevos de escayola simulando huevos de
críalo y los investigadores actuaban como mafiosos depredando nidos de urraca. "Después de detectar si
expulsaban o no los huevos, les depredábamos el nido”, explica Soler. “Después,
esperábamos a que hicieran un nuevo nido al que volvíamos a meter un nuevo
huevo de escayola y veíamos si esta ocasión repetían el comportamiento de
expulsar los huevos experimentales”. “La mayoría de las urracas que habían
tirado el huevo parásito y perdido sus huevos después”, añade, “pasaron a
aceptar el parasitismo en la segunda ocasión".
Dicho de otra forma, gracias a su
comportamiento ‘mafioso’, los críalos consiguen que las urracas aprendan la
lección y se aprovechan del efecto recuerdo. "De esta forma, como vuelven
a parasitar en la misma zona se aseguran poder seguir haciéndolo; hay un
beneficio individual de ese comportamiento mafioso".
Este comportamiento propio de una “mafia”
se ha observado recientemente en otra especie de ave parásita que vive en
Norteamérica, el tordo cuco (Molothrus ater) y
Manuel y Juan Soler creen que algo parecido pude ocurrir en las relaciones que
mantienen otras muchas especies. “Algunos organismos desarrollan
comportamientos sobre la misma especie o de otras imponiendo un coste a la
falta de conformidad”, escriben. “Este mecanismo se conoce como “mafia” entre
los humanos, pero puede que esté extendido en las relaciones entre parásitos y
huéspedes en la naturaleza, desde el nivel celular a las sociedades”.
En
un trabajo publicado en 1998, los hermanos Soler proponían la existencia de
relaciones mafiosas en otras especies, como la que existe entre una especie de
castaño americano y dos tipos de hongos, o la que se da entre las hormigas y
los pulgones, a los que seleccionan y sacrifican si producen poco azúcar. El
requisito principal para este “parasitismo mafioso” es que el parásito responda
agresivamente frente al huésped que no acepte el trato. Si la agresión es lo
suficientemente severa, los que aceptan tendrán ventajas frente a los que no lo
hagan. Y, si el animal parasitado aprende la lección, los explotadores
recibirán las pagas sin tener que mover un dedo. “Ya no tendrían a nadie que
castigar”, concluye Soler, “solo tendrían que vigilar que los demás no rompen
el trato”.
Referencias:
·
Parasitism and nest
predation in parasitic cuckoo
(American Naturalist, 1995)
·
Mafia
Behaviour and the Evolution of Facultative Virulence (Journal of
Theoretical Biology, 1995.)
·
Magpie
Host Manipulation by Great Spotted Cuckoos: Evidence for an Avian Mafia? (Evolution,
1997.)
·
Retaliatory
mafia behavior by a parasitic cowbird favors host acceptance of parasitic eggs
(PNAS, 2006)
Este artículo es una colaboración con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV-EHU