Nuestro conocimiento del cerebro, como el del resto de la anatomía humana, lo hemos adquirido de forma un poco accidentada. Los primeros datos se obtuvieron hace un par de milenios a las bravas, cuando Herófilo de Calcedonia (335 a. C. - 280 a. C.) describió por primera vez las venas del cerebro gracias a las vivisecciones que practicaba a criminales y esclavos condenados a muerte. Para que se entienda mejor: les abría la cabeza en vivo y veía lo que había dentro.
Como el método de Herófilo resultó un poco gore incluso para sus coetáneos, los conocimientos sobre el encéfalo fueron avanzando a trompicones hasta el siglo XIX. Aunque ahora nos parezca un poco tosco, muchos de los principales hallazgos se hicieron por descarte, es decir, si alguien se clavaba una barra de hierro en el lóbulo frontal y cambiaba de personalidad, se describía cierta función de ese área, o si determinados pacientes perdían la facultad del habla, se hacía un estudio post-mortem para localizar la zona que todos tenían lesionada.
Seguir leyendo en: Lo que el mundo le debe a los pacientes de epilepsia (Neurolab).