Ajay Jansari es un especialista en tecnologías de la información que trabaja en Londres. Un día entra en una tienda de utensilios de cocina y reconoce inmediatamente a la dependienta: dos años antes había sido su guía durante la visita a un parque temático. Julian Lim es camarero, basta con entrar un día a tomar una cerveza en su bar en Indiana para que, así pasen cinco años, reconozca al cliente por su cara y por su nombre. Carrie Shanafelt es profesora de literatura en Iowa y reconoce la cara de cualquier estudiante que pasa por su clase durante años, aunque no haya asistido más que el primer día y le haya visto de refilón.
Todos ellos son super-reconocedores de caras (super-recognizers) y los neurocientíficos están tratando de comprender cómo funcionan sus cerebros para retener de forma casi permanente los rasgos faciales de una persona. En el año 2009, un equipo de científicos describió por primera vez los casos de cuatro de estos reconocedores y certificó sus capacidades con una serie de pruebas. "Estas personas tienen historias extremas sobre su capacidad para reconocer a la gente", aseguraba Richard Russell, coautor del estudio. "Son capaces de reconocer a alguien que estaba comprando a su lado en una tienda hace dos meses, por ejemplo, incluso si no hablaron entre ellos". Una de las mujeres sometidas a las pruebas del estudio contó que había reconocido a otra mujer por la calle porque le había servido como camarera cinco años antes en otra ciudad. "No hace falta que haya una interacción significativa", insiste Russell, "sobresalen precisamente por recordar a gente que no tiene importancia".
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