Desde que se empezaron a realizar las pruebas de identificación por ADN, a principios de los años 90, centenares de personas han salido de la cárcel en EEUU tras demostrarse que no participaron en los delitos por los que les condenaron. Uno de los datos más llamativos es que en algunos de estos casos, incluso de asesinato, los condenados habían confesado el crimen y estaban convencidos de haberlo cometido. Pero fueron víctimas de su propio cerebro y de un fenómeno que se conoce como "falsa confesión".
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