En diciembre de 2009, un joven llamado Kevin Pearce sufrió un terrible accidente mientras practicaba snowboard. Cuando despertó del coma, y después de sufrir daños cerebrales, Pearce comenzó a experimentar una atracción irrefrenable por las comidas condimentadas con pesto, un gusto que nunca había tenido antes del accidente. El paciente R.G., corredor habitual de maratones, cambió radicalmente de vida a partir de los 42 años. Dejó el deporte y comenzó a comprar guías gastronómicas y a recorrer grandes distancias en coche solo para comer en determinados restaurantes. Un tiempo después le diagnosticaron un tumor en el cerebro, junto a la amígdala. Cuando se lo extirparon, el interés de R.G. por la gastronomía desapareció.
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