En la mañana del 7 de enero de 1988 una decena de coches patrulla y varios vehículos del departamento forense de Riverside, California, rodearon las instalaciones de la mayor empresa de suspensión criónica del mundo con una orden de registro. El forense y su equipo llegaban a la central de Alcor en busca de algo muy concreto. «Estamos aquí», informó el agente Alan Kunzman una vez dentro del edificio, «para llevarnos la cabeza de Dora Kent y todos los documentos relacionados».
En las siguientes horas, y durante muchos días, los forenses buscaron la cabeza de la señora Kent en los contenedores refrigerados de Alcor. Pero no la encontraron. Sí recuperaron allí el cuerpo inerte de la anciana (relleno de anticongelante) y sus dos manos cortadas. «En este momento, tenemos las cabezas de siete clientes almacenadas aquí», informó Michael Darwin, uno de los responsables de Alcor. «Todas perfectamente conservadas para el momento en que la ciencia sea capaz de reanimarlas y clonar sus células… Los llamo clientes porque nosotros no aceptamos que estén muertos, solamente “deanimados”. También tenemos muchas mascotas. Tres perros. Y un mono».
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