Imagen: Sandia National Laboratories archive
En su loca carrera por destruir el mundo, a mediados de los años 60 los ejércitos de EEUU y la Unión Soviética llegaron a diseñar bombas nucleares para trasportar hasta el frente de batalla en una cómoda mochila. Lo que ves sobre estas líneas es el contenedor diseñado por los laboratorios Sandia para que los soldados estadounidenses se lanzaran en paracaídas sobre territorio enemigo con una bomba nuclear a sus espaldas, la colocaran en una infraestructura estratégica y dejaran inhabilitada una amplia zona de terreno para detener el avance enemigo.
El artefacto, como explicaban hace unos días Adam Rawnsley y David Brown en un maravilloso reportaje en Foreign Policy, se puso en funcionamiento en 1964 y se cerraron todos los detalles para utilizarlas sobre el terreno, con maniobras y simulacros especiales. La bomba pesaba alrededor de 30 kilos, medía 45 cm de alto y estaba protegida por una cápsula de aluminio y fibra de vidrio. Su potencia era de aproximadamente un kilotón, el equivalente a unas mil toneladas de TNT (la de Hirosima tenía 13 kt) con capacidad suficiente para volar edificios y estructuras estratégicas del enemigo en un supuesto frente de batalla, posiblemente europeo.
La estrafalaria idea de desarrollar mochilas nucleares surgió como consecuencia natural de la escalada atómica. Una vez que EEUU y la URSS comprendieron que la entrada en guerra significaba la destrucción total de ambos bandos, diseñaron estrategias y armas tácticas por si el enfrentamiento se limitaba en escala y se producía en escenarios intermedios, como Europa o Asia. El gobierno de EEUU creó al efecto la División de Armas de Demolición Atómica (SADM) que desarrolló la mochila nuclear y los protocolos para usarla. Se pensó en hacerla llegar hasta las líneas enemigas desde el aire, mediante paracaidistas, o bajo el agua, mediante buzos que colocarían el artefacto hasta una profundidad de 60 metros.
Imagen de archivo de OpenNet
En el reportaje de Foreign Policy, Rawnsley y Brown dan algunos detalles realmente pintorescos sobre la historia de la mochila nuclear. El artefacto era tan pesado que un par de hombres debían ayudar al portador para avanzar con ella por el terreno; estaba provista de un sistema de activación analógico y mecánico (para evitar pulsos electromagnéticos) que provocaba cierta incertidumbre respecto a su activación, pues estimaban que podía atrasarse hasta 8 minutos y adelantarse hasta 13. De hecho, los portadores de la bomba actuarían en una misión prácticamente suicida, pues además de estar en territorio enemigo contaban con muchas posibilidades de verse afectados por la detonación.
La mejor descripción de aquella escalada de locuras y despropósitos es el siguiente párrafo del reportaje, en el que se recuerda la famosa escena de la película "Dr Strangelove...", de Stanley Kubrick, sobre aquellos años:
La estrategia de la Guerra Fría estaba plaga de oximorones como la "guerra nuclear limitada", pero la mochila nuclear fue quizá la manifestación más siniestramente cómica de una era que luchaba para afrontar la posibilidad de un Armagedón demasiado real. El de la División de Armas de Demolición Atómica (SADM) fue uno de esos casos en los que la vida imita a la sátira. Después de todo, como el icónico Slim Pickens del final de "Teléfono rojo, volamos hacia Moscú", los soldados americanos se atarían a las bombas atómicas y saltarían de sus aviones como parte del acto de apertura de la Tercera Guerra Mundial".
Referencia y más info: The Littlest Boy (Foreign Policy)
Si te ha gustado esta historia, bájate GRATIS el libro "¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos?". Te sorprenderá :-)