En mayo de 1991, un hombre de 57 años, veterano de guerra, pescaba cerca de Mackay, al este de Queensland, cuando vio un pequeño ornitorrinco descansando en un tronco del río. A medida que se acercaba a él, el animal no se movía, por lo que pensó que podía estar "enfermo o herido". Con la intención de ayudarle, el pescador agarró al ornitorrinco por la nuca, de forma parecida a como habría cogido un gato, y éste apenas se movió. Pero, un instante después, el animal dio un respingo y trató de saltar hacia el agua. Fue en aquel momento cuando el ornitorrinco extendió sus dos patas traseras y clavó una de sus espuelas en el dorso de la mano derecha del pescador y la otra en el dedo corazón. El dolor fue inmediato e insoportable, y durante unos instantes el ornitorrinco se quedó enganchado en la mano del hombre, que tuvo que empujarlo con fuerza en la dirección opuesta para soltar las espuelas.
"El dolor fue tan fuerte", recuerda el hombre en el historial publicado por el servicio médico australiano, "que empecé a decir incoherencias". Cualquier mínimo movimiento, como el que provoca una tos, multiplicaba el dolor hasta extremos insoportables. Según describió más tarde, aquella 'picadura' infligida por el ornitorrinco era muchísimo más dolorosa que las heridas de metralla que había recibido durante la guerra. Y durante los 100 km de viaje hasta el hospital más cercano la cosa no hizo más que empeorar.
Cuando llegaron al centro médico, la mano estaba hinchada y pálida y el veterano de guerra estaba desencajado. Probaron con morfina, hielo y agua caliente, pero la sensación seguía siendo insoportable. Hasta pasadas seis horas el dolor no comenzó a remitir, pero al poco tiempo adquirió una nueva característica. La horrible sensación empezó a moverse por el cuerpo. "El dolor empezó a moverse desde el antebrazo derecho hacia el brazo, la parte derecha del pecho y de ahí comenzó a extenderse por todas partes, desde la cabeza a los dedos de los pies", recuerda la víctima. El dolor empeoraba con cualquier contacto con la piel y era, según sus propias palabras, "como un doloroso moratón interno".
Después de seis días en el hospital, el dolor y la inmovilidad permanecieron en la mano durante otras tres semanas y las secuelas duraron meses. El caso de este veterano es uno de los quince incidentes provocados por el veneno de los ornitorrincos en Australia, aunque cada año las autoridades reciben varios avisos relacionados con el veneno de estos animales. El otro incidente bien documentado es de una naturalista de 29 años que recibió una picadura cuando estudiaba a estas criaturas en Nueva Gales del Sur. En su caso también se repitió el dolor sobrehumano y las secuelas en los músculos de la zona afectada, que se quedan como atrofiados durante meses.
El ornitorrinco es, junto a los equidnas, el único mamífero del mundo que ha desarrollado un sistema de defensa con veneno. Esta capacidad solo la tienen los machos y se localiza en la cara interior de las dos patas traseras, donde tiene dos pequeños espolones que descargan entre 2 y 4 ml de veneno en cada ataque y se enganchan con fuerza a la víctima. Las glándulas con el veneno aumentan de tamaño durante la época de apareamiento y se cree que los machos usan este sistema para ahuyentar a sus rivales. El veneno no es mortal para los humanos, pero sí se han registrado muertes de perros y otros pequeños animales como consecuencia del encuentro accidental con un ornitorrinco.
Como se producen pocos incidentes, el veneno ha sido poco estudiado y no existe un antídoto. La terapia consiste en calmar el dolor y la hinchazón y tratar posibles infecciones con antibióticos. La herida producida por el impacto del aguijón apenas produce sangre, en gran parte porque se cree que el veneno posee propiedades
Cómo agarrar correctamente a un ornitorrinco
El veneno del ornitorrinco, conocido como OVCNP-39, es tan extraño como la forma se su propietario. Contiene proteínas y péptidos diferentes de los que han desarrollado los reptiles, y algunos científicos investigan las posibles aplicaciones que podría tener en medicina. Desde su descubrimiento en 1797 por David Collins en el río Hawkesbury, en lo que hoy es Nueva Gales del Sur, la historia del ornitorrinco, y su extraña forma, está plagada de anécdotas. El primer ejemplar disecado llegó a Europa en 1799, en el interior de un paquete enviado desde Australia por el capitán John Hunter al despacho del profesor George Shaw en el Museo de Historia Natural de Londres. Lo primero que hizo el profesor nada más desempaquetarlo fue tratar de descoser el pico ante la sospecha de que se trataba de una falsificación y que algún taxidermista chino lo había cosido al cuerpo de un castor. El ejemplar del museo aún conserva las marcas de las tijeras en el lugar donde el profesor pensó que le habían cosido el pico.
La idea de que un mamífero tenga pico, aletas, dientes y ponga huevos también desconcertaba a los aborígenes. Dice la leyenda que en el “Tiempo del Sueño” vivió una obstinada hembra de pato llamada Tharalkoo. Un día desobedeció las advertencias de sus padres, la pata nadó río abajo y se encontró con la rata de agua Bigoon, que la violó y la retuvo contra su voluntad. Cuando Tharalkoo consiguió escapar y regresó con su familia, llegó el tiempo en que otras patas empezaron a poner huevos y ella hizo lo mismo. Pero en lugar de un precioso patito, de su huevo nació una extraña quimera con la piel de un roedor que podía poner huevos y tenía pies de pato: el primer ornitorrinco.
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