En septiembre de 2012, después de un mes luchando contra el incendio de La Gomera, un compañero advirtió a José Aguilar de que caminaba de forma extraña. "Alguien me comentó que cuando bajé iba caminando de puntillas", recuerda. "Yo no me daba cuenta, pero lo estaba haciendo. No quería estar allí". Dos años después del incendio que devastó el 20% del bosque de laurisilva del parque nacional de Garajonay, las huellas de aquel infierno empiezan a desaparecer del terreno. Las faldas del valle Gran Rey, por el que miles de vecinos tuvieron que huir de la lengua de fuego, ofrecen una extraña mezcla de verdes y negros, el de las hojas de las palmeras y sus troncos calcinados. Y un poco más arriba, la zona de árboles muertos compone un panorama estremecedor sobre el valle, retorcidos todavía por las llamas que azotaron la isla.
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