El primero en darse cuenta de que el cerebro parecía estar separado del resto del aparato circulatorio fue el médico alemán Paul Ehrlich. En 1885 estaba inyectando anilina en la sangre de una rata cuando descubrió que la sustancia teñía de azul todo el cuerpo del animal a excepción del cerebro. ¿Qué estaba impidiendo que la anilina llegara a esta zona del cuerpo por el torrente sanguíneo?
La respuesta está en una densa capa de células que actúa de muro de protección entre el Sistema Nervioso Central y el resto del cuerpo y que hoy conocemos como barrera hematoencefálica. La existencia de esta barrera tiene ventajas como impedir que ciertas sustancias químicas alcancen el cerebro con consecuencias no deseadas, pero es también un impedimento para determinados tratamientos médicos, ya que las moléculas que se pretenden hacer llegar al cerebro no pueden traspasarla.
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