A finales del siglo XIX la sensación de que existía una realidad no visible a la que se podía acceder por nuevos medios estaba a la orden del día. En 1895, mientras trabajaba con tubos de rayos catódicos, el físico alemán Wilhelm Conrad Röntgen había descubierto una misteriosa radiación que atravesaba los objetos sólidos y que le permitió fotografiar los huesos de la mano de su mujer en la primera radiografía de la historia. Solo un año después del descubrimiento de los rayos X, el físico francés Antoine Henri Becquerel descubrió que las sales de uranio, y no el sol, ennegrecían la placa fotográfica con la que experimentaba y descubrió casualmente la radiactividad. Aquellos rayos invisibles eran una nueva manifestación de la luz que nos permitía revelar una realidad invisible y se unía al descubrimiento de la radiación infrarroja y de los rayos ultravioleta unos años antes. Estaba claro que una parte del espectro había permanecido oculta a los ojos humanos hasta entonces y empezaba a emerger gracias a las nuevas técnicas físicas y fotográficas.
En aquel ambiente, el militar francés Louis Darget realizó una serie de experimentos y creyó haber descubierto un fenómeno todavía más impresionante. En una carta dirigida en 1904 a la Academia de las Ciencias Francesa, Darget aseguraba haber desarrollado un método para revelar los pensamientos y sueños de una persona en una placa fotográfica. En una de sus muchas sesiones de experimentos, Darget había pedido a su mujer que se tumbara a descansar a oscuras mientras sostenía una placa fotográfica sobre la frente durante varios minutos. Al día siguiente, tras revelar la placa, Monsieur Darget acudió alborozado a enseñarle a su señora el resultado, una especie de manchurrón luminoso sobre fondo oscuro bajo el que escribió minuciosamente a mano: "Fotografía de un sueño. El Águila. Obtenido con una placa fotográfica sobre la frente de Madame Darget mientras dormía".
"Fotografía de un sueño. El Águila".
"Cuando el alma humana produce un pensamiento", escribió Darget en 1911, "envía vibraciones a través del cerebro y el fósforo que contiene empieza a irradiar, y los rayos son proyectados hacia fuera". Deslumbrado por este fantástico descubrimiento, Darget siguió poniendo sus placas en las frentes de otros individuos y revelando fantásticas imágenes de pensamientos. En una de ella vemos una supuesta botella, un bastón e incluso una imagen de los planetas y las estrellas.
Planteas y satélites (Louis Darget)
En su carrera por fotografiar lo invisible, Darget llegó a desarrollar una cámara portátil para inmortalizar pensamientos que consistía en una placa fotográfica sujeta a la cabeza con una cinta elástica. A medida que iba haciendo más fotos, Darget se atrevió a llevar sus fantasías más lejos. En un experimento con un tal “Monsieur H”, al que colocó la placa mientras tocaba el piano, aseguró haber obtenido un retrato del mismísimo Beethoven, materializado a través de estos rayos mentales del pianista.
Durante algunos años, el método de Darget gozó de algún prestigio social y se carteó con algunos científicos de la Academia y algunos investigadores excéntricos como Jules Bernard Luys y el médico Hippolyte Baraduc, del que hablaremos más adelante. Pero pronto hubo quien empezó a sospechar que todo se trataba de un fraude. Tal y como explican en BBC Future, alguien decidió entonces hacer una prueba con un cadáver para comprobar las afirmaciones de Darget: si ponían la placa sobre su frente y ésta no revelaba nada, estaba claro que los rayos mentales existían y que dejaban de emitirse tras la muerte del individuo.
En un primer intento aquello fue lo que sucedió, la placa sobre el cadáver no mostró ninguna imagen y seguramente se generó un momento de inquietud entre los presentes. Pero cuando se calentó el cuerpo del fallecido a la temperatura de un humano vivo, los patrones aparecieron sobre la placa igual que había sucedido una y otra vez con los experimentos de Darget. El juego había acabado. Lo que estaban revelando las placas, básicamente, era el calor de la piel humana que al contacto con las sales mal diluidas de la superficie provocaba la aparición de pequeñas trazas que Darget interpretaba a su antojo.
Aquella obsesión por fotografiar lo invisible se prolongó durante muchos años y ha llegado incluso hasta épocas recientes. En la década de 1960, un estadounidense llamado Ted Serios se hizo famoso porque decía poder revelar películas Polaroid con sus poderes psíquicos (hasta que fue desenmascarado por el gran James Randi). Contemporáneo a Darget, el médico francés Hippolyte Baraduc, al que ya hemos citado, fue un poco más lejos y afirmaba ser capaz de fotografiar el alma en el momento de abandonar el cuerpo durante la muerte de una persona. De hecho, su prueba definitiva fue fruto de un experimento bastante siniestro con su propia esposa, quien había caído gravemente enferma en 1907.
Imagen tomada por Baraduc unos minutos antes de la muerte de su esposa
Armado de paciencia, Baraduc se apostó delante del lecho de muerte de su mujer con la cámara de fotografiar y tomó varias instantáneas. En la primera, tomada 20 minutos antes de la muerte, se aprecia una especie de niebla que Baraduc tomó por el alma de su mujer saliendo del cuerpo. En otra imagen, tomada 15 minutos después de la muerte, Baraduc aseguró haber capturado tres formas luminosas y una bola brillante que, según relató, se elevaron y se difuminaron. Aquel esperpento solo sirvió para alimentar la imaginación de algunos amantes de los parapsicológico, pero la explicación más probable es que el efecto fuera provocado por pequeñas fisuras en la cámara empleada por Baraduc, que generaban estos destellos luminosos al revelar la placa, como si fueran presencias del más allá.
Imagen tomada por Baraduc unos minutos después de la muerte de su esposa.
Casi por las mismas fechas, y también en Francia, se produjo uno de los fenómenos de autoengaño más célebres de la historia de la ciencia con el descubrimiento de los supuestos rayos N. Imbuido también por el espíritu de nuevos descubrimientos – en especial por el impactante hallazgo de Röntgen - el físico francés Prosper-René Blondlot anunció que había descubierto un nuevo tipo de radiación al intentar polarizar rayos X. Lo que sucedía era que un pequeño alambre de platino incandescente era capaz de emitir una radiación que atravesaba una placa de aluminio e iluminaba una pantalla de sulfuro de calcio. Como en aquel momento trabajaba en una laboratorio de la Universidad de Nancy, Blondlot decidió llamar “rayos N” a aquellas misteriosas radiaciones.
El anuncio tuvo bastante impacto en la comunidad científica y logró interesar a varios físicos de renombre. Algunos repitieron incluso el experimento y obtuvieron los mismos resultados e incluso hubo quien quiso disputar al francés la paternidad del descubrimiento. Pero también hubo otros a los que el experimento no les salía de ninguna de las maneras, como Lord Kelvin o William Crookes, y la sospecha creciente llevó a la revista Nature a encargar al físico estadounidense Robert W. Wood que viajara al laboratorio de Blondlot e hiciera algunas comprobaciones. Cuando, durante uno de los experimentos, Wood retiró a escondidas algunos de los componentes de la prueba y los presentes seguían viendo los rayos N quedó claro que se trataba de un fenómeno de autoengaño sin ninguna consistencia científica. Y quedó para la historia como uno de los mejores ejemplos de cómo los sesgos pueden hacer ver fenómenos invisibles a los experimentadores.
La carrera por fotografiar lo invisible no se detendría aquí. En la década de 1930 viviría un nuevo episodio glorioso de la mano de un matrimonio ruso, Semión y Valentina Kirlian, quienes – influidos por las ideas de Tesla- realizaron algunos experimentos de electromecánica. En 1939, y también de manera accidental, descubrieron que si conectaban una fuente de alto voltaje a un objeto sobre una placa fotográfica este podía revelar una imagen muy peculiar debido al efecto corona. Mientras trabajaban con pacientes de su hospital sometidos a terapia eléctrica habían visto que cuando acercaban los electrodos a su piel esta reflejaba una especie de rayos como los de un tubo de descarga y comenzaron a elaborar su teoría.
Fotografía Kirlian de la yema de un dedo (Wikimedia Commons)
La técnica paso a ser conocida como fotografía Kirlian y sus creadores se convencieron de que les permitía captar una fuerza vital y una campo de energía que reflejaba el estado físico y emocional de los seres vivos. En otras palabras, creían estar fotografiando el aura de las personas y que su técnica podía servir para diagnosticar enfermedades, un anuncio que fue abrazado con entusiasmo por todo tipo de curanderos estafadores que tratan de explicar todo estado físico a partir de ese concepto vago y fantasmagórico de las “energías vitales”.
Para demostrar la validez de su técnica un experimento típico de los Kirlian era aplicar voltaje a las hojas de una planta y obtener imágenes de su “aura” a medida que se iba deteriorando con el paso de los días. Esto, a su juicio, mostraba que la energía vital de la planta se iba gastando, aunque lo que estaba sucediendo en realidad es que la hoja iba perdiendo humedad, el factor decisivo a la hora de provocar el efecto corona que revelaba las placas. Y lo mismo pasaba con las fotografías de la piel humana, como la yema de un dedo, en las que la humedad residual potenciaba el efecto corona de las fotografías y provocaba una fantasmagoría que muchos tomaron por una realidad invisible.
Fotografía Kirlian de una hoja (Wikimedia Commons)
Si te interesa la historia de esta búsqueda más allá de lo que dicen nuestros sentidos y sobre cómo se descubrieron otras formas de luz – estas sí verdaderas y no fantasmagóricas – más allá del espectro visible, te recomiendo la lectura de “El ojo desnudo”, del que acabamos de lanzar la segunda edición gracias al éxito de la primera. Os gustará :)
Más info: The man who to photograph thoughts and dreams (BBC Future)