En agosto de 2016 un rayo acabó con la vida de 323 renos en el parque nacional de Hardangervidda, en Noruega, pero en lugar de retirar los cuerpos, las autoridades decidieron dejarlas allí e iniciar un gran experimento sobre la vida y la muerte. En un fantástico reportaje en The Guardian, la periodista Phoebe Weston detalla algunas de las cosas que han aprendido los científicos sobre cómo la muerte puede modificar los ecosistemas. Los primeros en llegar, en aquel mismo verano, fueron los grandes depredadores como las águilas y los zorros. En 2017 las aves carroñeras como los cuervos tomaron posesión de los restos y en 2018 fueron sustituidos por los roedores, que el año anterior estuvieron al acecho por miedo a las aves. La presencia de los cuerpos en descomposición también influyó en el número de insectos y en las especies vegetales que crecieron en la zona, debido a la alteración de la composición química del terreno. Algunas plantas silvestres en concreto, como la camarina negra o baya de cuervo (Empetrum nigrum) consiguieron una enorme dispersión gracias a las aves. El experimento, que sigue en marcha, está sirviendo para aprender más sobre el rol que juegan los carroñeros en los ecosistemas y, sobre todo, para entender mejor qué modificaciones introduce la muerte en la naturaleza, en la que no nos hemos fijado tanto como en otros procesos.
Más info: Landscape of fear': what a mass of rotting reindeer carcasses taught scientists (The Guardian) | Vía: @minipetite