Cuando un estudiante de Psicología de la Universidad de Ulm de 23 años, cuyo nombre responde a las iniciales de D.W., contactó con el investigador Christoph Strauch para anunciarle que tenía la capacidad de dilatar sus pupilas a voluntad, el especialista reaccionó con natural escepticismo. Los movimientos que permiten a esta parte del ojo abrirse y cerrarse para recibir más o menos luz se producen de manera involuntaria, al margen de los mecanismos conscientes (hasta el punto de que es una prueba habitual para confirmar la muerte de una persona), de modo que la afirmación de aquel estudiante parecía bastante extraordinaria.
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